
La pluma de oro. Capítulo 3
- Escrito por JT Espínola
- On 23 diciembre, 2016
La fiesta seguía dando sus últimos coletazos, y en dos horas el alba empezaría a despuntar. Margott me pidió con timidez y rubor que la acompañara a casa, su acompañante se hallaba ebrio en uno de los sofás del salón principal encima de una señorita que presuntamente desconocida. Era uno de los socios de la familia de Margott que se dedicaban a la exportación textil. Su padre intentaba por todos los medios que su única heredera le diera descendencia antes de estirar la pata, debido a su estado de salud, y dejar en buenas e inocentes manos el futuro de la familia Casares. No sería empresa fácil, mientras ella no dejara de pensar en el que amor existe, y que sería correspondida entre jóvenes y ricos amantes de la nueva sociedad. Nunca se casaría con alguien inculto y que no amarara las artes. El mercado no era nada halagüeño. Habían muchos charlatanes con la cartera vacía.
Nos dirigimos a su domicilio en la urbanización en la que vivía en Madrid con sus progenitores, la casa dormitorio de sus idas y venidas desde la ciudad del Amour. Fuimos en mi nueva adquisición, un Mustang que compré hacía un mes en una subasta. Siempre se podían encontrar verdaderas gangas de nuevos ricos que ya no lo eran. Era fácil ver como malgastaban su dinero en grandes coches, cuando no sabían, que lo difícil de este negocio es saber esperar las grandes oportunidades, y suerte.
Nos besamos en el umbral antes de despedirnos, y nos emplazarnos para comer al día siguiente. Las heridas seguían abiertas y sin cicatrizar en su corazón, sus ojos frágiles y vidriosos avisaban de la necesidad de recuperar la amistad y no reabrir falsas esperanzas de promesas que mis manos y cuerpo no podrían más que cumplir a la vuelta de cada viaje de negocios. No me perdonaría una segunda vez.
La sugerí la idea de venirse conmigo a ver unas bodegas y viñedos que quería adquirir para la próxima primavera. Todo estaba calculado para cerrar en pocos días el contrato con la multinacional francesa el acuerdo por la venta de los nuevos prototipos. Un jugoso contrato de muchos ceros, que permitirían retirarme antes de cumplir los treinta y dos años. No sería como mi padre. Me retiraría en la cima del Mundo.
Margott se pensaría viajar conmigo al Penedés la próxima semana y recuperar viejos tiempos, no quería forzar nada, necesitaba recuperar su amistad y volver a tener la complicidad que teníamos antes. Aún la recuerdo detrás del mostrador de la tienda de antigüedades en París. Era la belleza que iluminaba la galería de Arte. Su mayor virtud era su sencillez y elegancia., pero no podía enamorarme de ella. Aún no.
Quedaban menos de una hora para que amaneciera, y era hora de volver a casa. El día había cubierto con creces mis expectativas. Pronto sería un hombre nuevo en pos de nuevos proyectos y aventuras. Lo empezaba a acariciar con las yemas de mis dedos. Tocaría el cielo.
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