
Van Gogh y la primera película de óleos animados
- Escrito por JT Espínola
- On 21 mayo, 2018
La historia de Vincent van Gogh (Países Bajos, 1853-Francia, 1890) es la de un artista trágico y apasionado que se convirtió en pintor a los 27 años al encontrar el amparo en algo que le hizo arder. Fue la única manera. Llegó, según dicen, tarde al pincel. Antes de eso dejó la escuela a los 15 años, fue despedido de un millón de trabajos, se enamoró de mujeres que le despreciaron, creyó haber comido con Dios y durmió en una barraca con mineros de Borinage retratando el oficio hasta que su hermano pequeño le avisó de lo evidente. Si quería pintar, debía de estar en París. Y Van Gogh comenzó a dar los primeros pasos hacia su propio arte.
Van Gogh y la primera película de óleos animados .Cada uno de los 65.000 ‘frames’ que componen ‘Loving Vincent’ pertenece a cuadros creados por 125 artistas al estilo del genio holandés. Escrita y dirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman.
Lo que hizo Theo por su hermano no lo hizo nadie más. Fue la única persona que trató de comprenderle y se mantuvo a su lado, incansable, hasta que el genio cerró los ojos. A Vincent le consideraron entonces un hombre fracasado, sin dinero, sin educación artística. Rudo y esquivo en las formas. El temperamento de aquella persona solitaria e inquieta, que no dejaba nunca de preguntarse por qué, por qué y por qué, tiene que ver con una infancia de la que dijo fue «triste, fría y estéril». Por eso al verdadero Van Gogh tan sólo le podemos conocer en las casi 800 cartas que escribió a lo largo de su vida mientras su personalidad se oscurece por el mito y el paso del tiempo.
De entre las casi 650 que intercambió con su hermano, la última, sin acabar, fue encontrada en la cama donde murió: «Yo arriesgué mi vida por mi obra, y mi razón destruida a medias…». La trama de Loving Vincent, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, se centra en un recado, la entrega de esa última misiva a Theo. El viaje emprendido por Armand Roulin (Douglas Booth) se convierte en una especie de investigación sobre las misteriosas circunstancias que envuelven la muerte del artista en la pequeña ciudad de Auvers durante julio de 1890. Roulin nos lleva así por los distintos escenarios -que son las propias pinturas que esbozó el holandés- a través de sus personajes, interpretados aquí también por Helen McCrory, Chris O’Dowd, Saoirse Ronan, Jeromy Flynn o Aidan Turner.
Loving Vincent es el primer largometraje compuesto por pinturas animadas, una película homenaje a Van Gogh en el que cada escena es un cuadro al óleo tal y como el propio pintor lo hubiera ejecutado. Los 80 minutos que dura la película están compuestos por 56.800 fotogramas que han sido pintados en 680 lienzos por 150 pintores durante seis años. Esta coproducción británico-polaca partió de una idea inicial: pintar una película completa, cuadro por cuadro. Lo cuenta su director, Hugh Welchman: «Van Gogh pintó todo lo que se encontraba a su alrededor: personas, habitaciones, plantas y hasta sus zapatos. Fue alguien especial que pintó su propia personalidad, una personalidad con una historia dramática que mi esposa y yo encontramos perfecta para contarla a través de sus propios lienzos y cartas».
El resultado, innovador, es una película a través de su mirada -de la que Welchman afirma «fue tan sensible como inspiradora»-; una visión vibrante a través de los oros, ocres y azules de Vincent Van Gogh. El guion de la película se grabó en 14 días en exteriores y frente a cromas. Este material fue entregado a un equipo de pintores que convirtió cada cuadro en una pintura individual. Después se crearon las secuencias con actores que interpretaron a los propios personajes de Van Gogh para así pasarlo a ordenador y facilitar las escenas sobre las pinturas creadas. Ese mismo resultado les ha valido, de momento, a Hugh Welchman y Dorota el máximo galardón de la 30 edición de los Premios del Cine Europeo. Y lo que vendrá.
En la película nos cuentan cómo la actividad artística de Van Gogh en esta etapa, sus últimas seis semanas de vida, fue intensa (en dos meses pintó más de 70 cuadros). Pero sobre todo se centra en la investigación de la teoría emitida por Steven Naifeh y Gregory White en 2011, que sostiene que el pintor no se suicidó, sino que fue disparado por René Secrétan, un niño de 16 años que se divertía paseando por los campos vestido de vaquero mientras hacía prácticas de tiro. Por lo visto, también le encantaba atormentar a Vincent. Los biógrafos sostienen, pues, que en su lecho de muerte, el pintor afirmó haberse suicidado. Tal vez por cansada desesperación o para que no cargaran contra el muchacho. Welchman apunta: « ¿Por qué se suicidaría en este momento de su vida? Comenzó a vender, dejó la bebida…».
Desde que Van Gogh llegó a París y bajo el refugio que supuso su hermano Theo, se convirtió en autodidacta para firmar, en tan sólo 10 años, unas 900 pinturas y 1.600 dibujos. Sólo consiguió vender un cuadro. La película nos muestra, con aquellos trazos gruesos y pinceladas espesas, cómo Vincent llegó a la capital de la pintura europea sin educación artística pero sabiendo lo que quería hacer. Y que fue en Auvers donde las cosas empeoraron: la personalidad del pintor se volvió más tosca, distante y esquiva. Transmitía un pesimismo ante la vida que le arrastró a clínicas mentales envuelto en un halo, algunos dicen, de locura. Como la de Paul Gauguin, que bien le valió una oreja. El acto de cortarse el lóbulo para luego posarlo sobre las rodillas de una prostituta opacó toda su carrera.
La trayectoria de Vincent Van Gogh estuvo, pues, marcada por sus propios sentimientos… Fue un artista altamente sensible. La última película sobre su vida lo cuenta bien. También las cartas que dejó. Como la última, sin terminar (¿por qué no lo hizo?): «Mi querido Theo, un pájaro enjaulado en primavera sabe muy bien que hay algo para lo que serviría. Siente con fuerza que debe hacer algo, pero no puede… Piensa: Los demás pájaros construyen sus nidos, tienen hijos y los crían.
Entonces, golpea su cabeza contra los barrotes de la jaula. Pero la jaula sigue allí y el pájaro enloquece de dolor», le escribió el pintor a su hermano, el único que creyó en él sin descanso y durante cada instante de su vida. Y el único que, después de todo, no se equivocó. Loving Vincent da vida a los cuadros de Vincent Van Gogh en la primera película pintada al óleo de la historia. Cada uno de los 65.000 fotogramas de esta historia es un cuadro pintado a mano por un pintor profesional aterrizado en los Estudios Loving Vincent de Polonia y Grecia, desde cualquier rincón del mundo, para formar parte de esta producción. La película, ganadora de nueve premios del público en distintos festivales como el de Vancouver y Shanghái y el premio a la mejor película europea.
Fue rodada en un principio como una película normal con actores en sets construidos con la apariencia de los cuadros de Van Gogh o bien con un fondo chroma key. Posteriormente, la película fue pintada a mano en lienzos fotograma a fotograma. El resultado final es la interacción de la interpretación de los actores representando famosos cuadros pintados por Van Gogh. 94 de las localizaciones son cuadros con un aspecto muy cercano al original y otros 31 con una representación parcial de algunas de las pinturas del artista.
La obra de Vincent van Gogh siempre ha encerrado cierta pulsión cinética. Los trazos arremolinados que hacen vibrar el fondo de sus cuadros, esos cielos en pleno arrebato meteorológico, las luces que tintinean en las pinturas nocturnas, las ondas expansivas de los paisajes… Numerosos aficionados han sabido desatar esta tendencia al movimiento en ‘gifs’ y ‘vines’, formatos propios de la era digital que permiten relacionarse con obras de referencia desde propuestas igualmente creativas. El reto de ‘Loving Vincent’ consistía en ir más allá del formato corto, y sostener el tempo de un largometraje sin traicionar el objetivo inicial de trabajar en todo momento con los cuadros de Van Gogh.
Los 95 minutos de metraje fluyen a través del imaginario vangoghiano sin caer en el mero pase de diapositivas, peligro que acechaba en caso de un exceso de fidelidad al estatismo del cuadro, ni en uno de esos pastiches que hieren la retina del espectador en su intento sobrepasado de imitar un estilo artístico. La adaptación al cine de las pinturas de Van Gogh consigue ese cierto equilibrio siempre difícil de calibrar entre el respeto al original y los mandatos propios del lenguaje cinematográfico. A lo que contribuye, está claro, el hecho de haber trabajado a partir de pinturas al óleo, lo que evita la excesiva homogeneización de las texturas propiciada por la imagen digital.
¿Y qué narrativa sobre Van Gogh habita esta arquitectura estética? Los responsables de ‘Loving Vincent’ han urdido una suerte de relato de misterio en torno a su suicidio con el que matan dos pájaros de un tiro. Abren un interrogante respecto a su fallecimiento que les permite desplegar una de esas historias de naturaleza detectivesca que siempre funcionan de cara al espectador-lector, en que además pueden introducir a casi todos los personajes del corpus vangoghiano. Con la excusa de entregar su última y póstuma carta (de sobras es conocida la afición de Van Gogh a comunicarse de forma epistolar), Armand, el hijo del cartero Roulin, visita a las personas que conocieron y trataron al pintor a lo largo de su vida.
Los rostros y nombres son de sobra conocidos porque el propio artista los retrató en sus cuadros: el mencionado cartero y su familia; Père Tanguy, que le proporcionaba los utensilios necesarios para su trabajo; el doctor Gachet, quien compartía con él la pasión por la pintura; Adeline Ravoux, a cargo del hostal donde se alojaba, o Marguerite Gachet, la hija del doctor a la que pintó en un par de ocasiones… Armand habla con todos y cada uno de ellos sobre su relación con el pelirrojo y las circunstancias de su muerte. ¿Por qué se disparó en el abdomen en lugar de en la sien o en la boca como llevan a cabo todos los suicidas? ¿Tiene sentido que mostrara signos de querer trabajar en nuevas obras justo antes de matarse? ¿Qué pasa con ese joven del pueblo que siempre lo atosigaba y humillaba? ¿Sentía el doctor Gachet una envidia malsana por su talento?
El objetivo final de ‘Loving Vincent’ no es encontrar una respuesta definitiva a estas preguntas sino transitar por estos diferentes testimonios de la vida y muerte de Van Gogh. El filme, sin embargo, queda lastrado por el excesivo peso que tienen estos diálogos, generadores por momentos de una ceremonia de la confusión en torno a la biografía del pintor al poner demasiado énfasis en elementos anecdóticos o directamente conspiranoicos. Experiencia insólita en el mundo del cine, ‘Loving Vincent’ se disfruta mucho más como inmersión estética que como aproximación biográfica a Van Gogh.
Cada fotograma es un cuadro. Todo lo que desfila por la pantalla ha sido pintado a mano y animado. Una imagen tras otra, hasta llegar a las 65.000 que componen Loving Vincent. He aquí la primera película realizada a óleo de la historia. Así concibieron los directores, la polaca Dorota Kobiela y el británico Hugh Welchman, su homenaje a Van Gogh: un filme que contara quién fue a través de sus obras; un viaje por sus lienzos, donde los lugares y personajes que retrató tomaran vida. Para pintar el largo contrataron a 125 artistas. Y han imitado hasta los descuidos del genio. Hace dos meses, un museo de Missouri descubrió a un saltamontes incrustado en un van gogh; en Loving Vincent, el prisionero es un mosquito. Solo el espectador más atento lo verá, atrapado en un fotograma.
Han hecho falta casi 10 años para que el filme fuera realidad. En el mismo tiempo, por comparar, Van Gogh empezó y terminó abruptamente su carrera pictórica, dejando unos 900 cuadros. “Nos costó demasiado. Tardamos en imaginar el proceso, la historia, en conseguir el dinero o en entender cómo hacerlo”, se ríe Kobiela por teléfono. Un periplo atormentado y extraordinario, digno del holandés: genial y esquivo, sensible y pesimista al límite del desquicio, pintó decenas de lienzos inolvidables y solo logró vender uno en vida. En eso, el filme le ha superado. Su web ofrece la opción de comprar algunos fotogramas y varios ya resultan vendidos. Muchos salones, desde luego, los agradecerían.
“Van Gogh era quizás la única posibilidad. Pintaba su vida y lo que le rodeaba, así que a partir de los cuadros se podía construir su historia”, explica Kobiela. Esa chispa encendió su mente en 2008. Así, además, retomaría su otra alma: estudió Bellas Artes y trabajó como pintora, antes de volcarse en los cortos. Finalmente, la lectura de las cientos de cartas de Van Gogh la ayudó a superar una crisis. Allí, descubrió al pintor tal y como era, entregado al único confidente que parecía entenderle: su hermano Theo.
Kobiela quería incluir todo ello en Loving Vincent. Demasiado para caber en el corto que había imaginado. Sin embargo, que su primer largo fuera además un experimento inédito le daba vértigo. El encuentro con Welchman le regaló el valor suficiente, una pareja artística —y un marido—. Juntos se lanzaron a una aventura fascinante e incierta, hecha de avances y pasos en falso. Leyeron 40 obras sobre Van Gogh; visitaron 19 museos, en seis países, y vieron unos 400 cuadros. Se entrevistaron con expertos en el pintor y repasaron documentales o filmes como El loco del pelo rojo. “Hemos conseguido la película que queríamos”, asegura Kobiela. La nominación a los Globos de Oro y la victoria en los pasados premios del cine europeo respaldan su convicción.
Antes, hubieron de superar dos retos. Primero, el narrativo. ¿Qué relato trazarían los pinceles? Kobiela quería hablar de la muerte del pintor, pero no tenía claro cómo. Escribió un falso documental; en otro guion, dos protagonistas describían a Edvard Munch los últimos días de Van Gogh. “Lo difícil era dejar que los cuadros narraran la historia, sin cambiarlos demasiado”, explica.
La oreja
Justo esta misiva es la única ficticia de la película: la obra pretende respetar la historia real de Van Gogh, empezando por su oreja cortada y donada a una prostituta. De ahí que haya momentos de Loving Vincent ambientados dentro de La noche estrellada, El café de noche y más de un centenar de sus obras. Las licencias creativas, según Kobiela, se limitan a los flashbacks, pintados en blanco y negro. Aunque la trama sí se concede interpretaciones: rescata la teoría de que el pintor fue asesinado —lanzada en 2011 por Steven Naifeh y Gregory White— y defiende que Van Gogh no estaba “loco” sino que fue un hombre frágil, derrotado por su oscuridad y su incapacidad de comunicarse.
Decidida la historia, faltaba sacarla adelante. Y hubo que volver a inventar: en este caso, una nueva técnica. Primero rodaron las secuencias con actores reales. Luego, el metraje fue trasladado a la pintura. Recrearon el fotograma inicial de cada toma en un lienzo. Sobre esa base, los artistas añadían pinceladas y animaciones, para mover la historia. Tras todas las modificaciones, el fotograma final era otro cuadro fijo, perfecto para ser vendido online. “El método cinematográfico más lento jamás ideado”, lo resumió Welchman. Durante una década, escribieron una larga carta de amor a Van Gogh. Al fin, la misiva está entregada.
Los trazos de Van Gogh palpitan de nuevo en la película «Loving Vincent»
Hay proyectos que te atrapan, te cogen por el cuello y exigen todo de ti: tu alma, tu vida, tu tiempo. Suelen ser empresas faraónicas que albergan un cierto poso de locura, terrenos reservados para los intrépidos, esas personas que caminan con la vista en el horizonte, haciendo oídos sordos al ruido de las piedras con las que tropiezan en el camino. En este caso, una intrépida -la polaca Dorota Kobiela-, se preguntó un día si era posible hacer una película al óleo para homenajear a su querido Vincent Van Gogh. Ahí empezó la historia de una obra imposible que necesitó de siete años de dedicación exclusiva y más de 65.000 fotogramas pintados a mano para realizarse. Entre medias, reescrituras de guion, problemas técnicos y una lucha constante por convencer al mundo de que el cine también se podía pintar. El tesón de la empresa, en efecto, recuerda al de ese holandés que agarró el pincel demasiado tarde y que en poco más de una década se convirtió en uno de los artistas más influyentes de la historia. Todo eso está en «Loving Vincent», el primer filme al óleo de la historia.
La última carta a Theo
Kobiela trató de pintar toda la película por sí misma, pues en principio «tan solo» quería hacer su particular homenaje al pintor, una pequeña animación de apenas unos minutos. Pero el proyecto empezó a crecer y su compinche Hugh Welchman, que firma con ella la dirección y el guion de la obra, la convenció de que aquello debía ser un largometraje. Así, comenzaron el proceso de escritura, que se alargó más de lo esperado. «Escribí muchas historias: algunas basadas en su vida, otras partiendo de cuadros concretos, historias de su época en Holanda y de cuando vivió en los barrios bohemios de París. Pero el primer guion real que surgió se centraba en los últimos días de su vida», explica la cineasta. Terminaron articulando una narración basada en el «flashbacks», en la que el hijo del cartero de Van Gogh, un joven que lo consideraba un loco con pincel, se ve obligado a recorrer los pasos finales del artista para entregarle su última misiva a su psiquiatra, el doctor Paul Gachet.
Pero esta era la parte fácil. Lo verdaderamente complicado era convertir el libreto en trazos vivientes. Para ello, tuvieron que rodar la película con personas reales y, posteriormente, pintar cada uno de los fotogramas a mano, un proceso en el que involucraron a 125 artistas de todo el mundo que juntaron en los Estudios Loving Vincent de Polonia y Grecia. «No fue fácil encontrar colaboradores, la mayoría de los especialistas eran muy cautos para arriesgarse a formar parte de algo tan novedoso. Afortunadamente, encontramos a gente valiente que creía en nosotros», apunta Welchman.
Antes y durante el rodaje con los actores, el equipo de diseño estuvo un año imaginando las escenas y los encuadres en los que representar la estética del artista. El proceso de retratar al óleo a los protagonistas tampoco fue sencillo: los pintores tenían que integrar el trazo característico del holandés y, a la vez, detallar lo suficiente los rostros para que estos no perdieran su expresividad en la animación. Después, otro reto: adaptar los diferentes tamaños de los lienzos de Van Gogh a un estándar de 103×60 cm, una medida exigida para adaptarse al formato más cuadrado de lo habitual que eligieron para el filme. Se tardó hasta diez días en realizar un solo segundo del metraje y fueron necesarias 377 pinturas que se animaron a través de la tradicional técnica de la repetición con leves variaciones.
A lo largo de la película aparecen representados de forma fiel 94 cuadros del genio y se hacen referencias a detalles, como sus funestos cuervos, de otra treintena de obras. La mayoría pertenecen a su última etapa, en la que desarrolló su estilo más maduro y en la que retrató al doctor Gachet, al cartero Roulin y otros personajes que aparecen en el filme. Su característico color, una gran preocupación para los creadores, se respeta en las escenas del tiempo presente, pero se torna en blanco y negro en los saltos temporales al pasado, en los que se muestran escenas que Van Gogh nunca llegó a pintar. «Pensamos que el color sería demasiado intenso a lo largo de 90 minutos. Y no queríamos introducir cuadros de Van Gogh que realmente no existían», explica Kobiela.
Últimos misterios sobre su muerte
En su trama, la película se adentra en el misterio que rodea la muerte de Van Gogh. De hecho, su guion se vertebra como una suerte de investigación en la que el protagonista se empeña en descubrir si realmente el pintor se suicidó o no, al tiempo que se adentra en su personalidad y descubre todos sus matices, difuminando poco a poco la imagen de chiflado que de él tenía. Pregunta, piensa, y a través de sus ojos bailamos entre la repudia y la hagiografía, hasta que comprenden el brillo de sus estrellas, que abren y cierran la obra.
«Loving Vincent» es un fascinante viaje pictórico que sostiene la hora y media que dura la película a través de su poderío estético, de su prodigiosa imagen, de esos trazos que, al fin, palpitan en la pantalla (y sin necesidad de ácido lisérgicos). Pero ante todo, y más allá de su pericia técnica, es una carta de amor a un muerto. No en vano toma su título de la forma en la que el pintor se despedía de su hermano Theo en sus misivas: «Your loving Vincent».
El filme en datos
-65.000 fotogramas pintados a mano, por 125 pintores de todo el mundo que trabajaron en los Estudios Loving Vincent de Polonia y Grecia.
-10 días se tardó en terminar la pintura de un solo segundo de película.
-94 cuadros de Van Gogh aparecen reproducidos de forma fiel y 31 ibras están representadas a través de sus detalles.
-La película se rodó con actores y, más tarde, se pintó a mano.
-Su directora ha trabajado siete años a tiempo completo para sacar adelante el proyecto.
-El equipo de diseño necesitó un año para idear las escenas que pudiesen recoger la estética de Van Gogh.
-La idea inicial fue hacer un cortometraje, pero pronto el proyecto exigió una distancia más larga.
-Es la primera película al óleo de la historia.
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