
CATORCE: primera parte
- Escrito por JT Espínola
- On 14 septiembre, 2016
En el baúl de La Pluma de Oro iremos rescatando borradores, relatos y documentos que escribí en mis inicios en el año 2007 con la ilusión de poder dedicarme en un futuro no muy lejano, a escribir con más dedicación y rigor. Muchos de estos escritos que estaban en el cajón del olvido, y que ahora quiero rescatar y compartir con todos los lectores y amigos de La Pluma de Oro.
Catorce
El día amanecía gélido y desapacible, como lo fueron, todas aquellas accidentales noches que aún danzaban en mi cabeza. Las protagonistas principales, de mis pesadillas y perturbaciones. La hojarasca otoñal impulsada por la corriente, bailaba disimuladamente entre mis piernas, dejando atrás una hilera de colores tardíos. Dirigí mis pasos con cadencia casi militar hacia la comisaría de policía, situada a escasas tres manzanas de mi domicilio. Salí, bien pertrechado con un largo abrigo gris, sombrero, bufanda y guantes a juego, mientras reflexionaba con exigua claridad, la batería de ansiolíticos que había estado ingiriendo durante las dos últimas semanas, hacían, que a duras penas mantuviera el equilibrio. Mientras caminaba, intentaba despojarme de las pocas pertenencias de valor que aún llevaba en los bolsillos. Quería entrar limpio, sin nada, allí no me harían falta. Deseaba que este fuese mi final, la última parada del tenebroso y oscuro viaje, al cual había sobrevivido a duras apenas, durante casi una quincena, que más bien, fue una agónica eternidad. Y ahora que todo estaba a punto de llegar a su fin, me sentía más sosegado, sereno, confiado en mi propósito, convencido que debía enfrentarme a ello, y que necesitaba resolver de una vez por todas, todo aquellos fantasmas y alucinaciones que me atormentaban. Intentaba repasar mentalmente por donde empezar, pero ese era mi problema, saber el principio. Necesitaría ayuda médica, un buen abogado, y posiblemente que se hiciera la voluntad de Dios. Era el presunto culpable de un suceso indescriptible en mi vida ordinaria, y… hoy, y… ahora, era momento de ajustar cuentas. Las malditas voces eran cada vez más incesantes. Si no me deshacía de ellas… jamás sería libre.
Subí con decisión la desdentada escalinata que colmaba en el umbral de la comisaría, y con ansia apuré, las últimas caladas del cigarrillo. Miré a los lados, y sin más, lo tiré y entré. Al rebasar el quicio de la vieja puerta metálica, divise un funcionario, y a dos agentes conversaban de manera jovial. Me dirigí, hacia el alargado mostrador, rebuscando en mi leptosómico cuerpo, encontré la poca fuerza que aún me quedaba, con dificultad, proyecté mi voz tenue hacia el más veterano de los agentes.
-Buenos días… Soy Néstor Martí, y vengo a entregarme.
Ninguno de ellos se apresuró a contestar. Siguieron absortos en su desenfadada conversación, sin advertir mi presencia.
– Disculpen… Soy Néstor Martí, y quiero que me detengan, he hecho algo horrible,- vociferé irritado.
– Buenos días, amigo, perdone… ¿Que le sucede?, ¿Por qué quiere entregarse? -Respondió el mas joven de los agentes-
A penas podía escuchar y descifrar sus ininteligibles voces con lucidez, las percibía lejos, confusas. Oía sus interpelaciones, martilleándome la cabeza en estéreo, percutiendo y triturándome de manera brutal sobre mi cráneo. Las voces de mis sueños volvían a estar ahí. No se habían ido. Me desplomé violentamente contra suelo, golpeándolo con mi cara. El frío y el desfallecimiento tomaron mí cuerpo. El golpe fue definitivo. No las oía…
Horas más tarde, abrí los ojos… Aturdido y dolorido, me encontraba tumbado en una litera de los sombríos calabozos de la comisaría, rodeado de infames escritos xenófobos en las paredes, con un hedor que no me dejaba respirar. El dolor de cabeza era inenarrable. Las migrañas iban en aumento, ansiaba poder dormir como una persona normal, pero eso era imposible desde hacía catorce días, desde lo ocurrido. Aún sigo intentando ordenar con coherencia todas aquellas imágenes inconexas que a penas, rescataba de mis sueños. Era casi imposible recordar que me pasó aquella noche, auque en cierta manera creo saberlo. Fue terrible, pero… ¿Fue real?. Deseaba con todas mis fuerzas que no lo fuera, pero a ciencia cierta no lo sabía. Ensimismado en mis pensamientos, un fuerte golpe, abrió la puerta de mi celda, y una alargada sombra se situó frente a mí. Permanecí inmóvil, mientras la sombra, observándome, decidió acercarse.
A los pocos minutos, la sombra me dejó solo en una estrecha habitación, en penumbra. Me observaban, pero no los veía. La luz de un foco me cegaba, y mis achinados ojos no vislumbraban a nadie. Tenía una mesa pequeña frente a mí, con un bloc de notas. No estaba esposado. Desentumeciéndome, acerque la silla, y pude leer una escueta nota manuscrita:
“Amigo, describa lo que le ha sucedido a la cámara, estamos aquí para ayudarle. No tema”
Sentí un espartano escalofrío por la toda mi columna vertebral, estaba rígido como un palo, magullado, dolorido, y la ansiedad volvía a ser mí inseparable amiga y compañera en este infinito viaje infernal. No estaba para juegos, y menos, mis agarrotadas manos, que no podrían escribir algo legible. Lo paradójico es que yo, ni si quiera sabía que contarles, no sabía el principio. Sólo sabía que, ellas, si, las malditas voces seguían allí, y que me obligaron a entregarme. Sólo quería estar a salvo, lejos de sus susurros, de sus risas. Los minutos pasaban, y allí no sucedía nada. No estaba solo, me observan detrás del estúpido espejo, pero no hacían nada por mí, nadie acudía en mi ayuda. Estaba expuesto como un animal enjaulado, y no tendría más remedio que narrarles, como pudiera, lo que ocurrió… aquella trágica noche. Necesitaba poner fin a esta maldita pesadilla y recuperar mi vida, si es que todavía eso era posible.
Acerqué el vaso de agua que estaba en el centro de la mesa, bebí, y frente al espejo con vida, comencé a narrar, sin nada que perder, los últimos recuerdos inconexos que aún recordaba.
Día 14. 11:25
Vociferé como un loco, incorporándome sobresaltado de la cama. Era la enésima pesadilla en 14 días. Estaba al límite de mis fuerzas, y sabía que debía acabar de una vez por todas, con aquel sufrimiento .Pero no tenía el valor para hacerlo. Sabía que era débil, cobarde, o… algo peor. Un maldito… Debo entregarme, debo entregarme -repetía una y otra vez- mirando hacia la ventana, tupida con cortinas de terciopelo negro, debo poner fin a este puto infierno. El hombre que era, ya no existía, había quedado atrás el 1 de Noviembre. Ahora era un hombre enfermo, esquizofrénico, derrotado por una fatalidad del destino, que le quiso jugar una mala pasada en el cenit de su carrera. Pero, la vida pende de un finísimo hilo, y lo transgredí de la manera más violenta que un hombre pudiera hacerlo en su vida. Ese era el precio de mi calvario. Casi no tenía escenas de lo ocurrido, pero sabía que estaban allí. Que estuve allí, aunque quisiera creer lo contrario.
Seguí con el ritual de anotar todas las escenas o datos inconexos que aparecían en mis pesadillas, la mayoría se repetían una y otra vez. Cada vez eran más intensas las migrañas, y mi presión craneal parecía que iba a detonarse en minutos, segundos…
Desperté… Desorientado miré a mí alrededor con la mirada perdida en busca de imágenes que me devolvieran en sí, y aclararan si seguía inmerso en mi espeluznante pesadilla, o estaba de nuevo, a salvo, en casa. El resudor impregnaba mi camiseta de manga corta, y las sábanas, se hallaban entrelazadas como un nudo gordiano entre mis piernas. La batalla mientras soñaba, habría sido ardua. Los ansiolíticos, eran cada vez menos eficaces, a penas había podido dormir 4 horas desde la última vez. Cada vez era más latente mi deterioro físico. Mi escasa lucidez abogaba por tomar soluciones drásticas, el suicidio, era una de mis preferidas, pero no tenía los suficientes cojones para acabar de una vez por todas con aquel sufrimiento. Para que seguir viviendo, mi vida ya no me pertenecía, siempre sacudida de pesadillas, pensamientos llenos de culpabilidad, y temeridad.¿ Por qué habría salido de casa aquella noche, joder?.
Necesitaba incorporarme, las náuseas, y el fuerte dolor de estomago, me postraron en segundos, agarrado a la taza del inodoro con la cabeza gacha, expulsando bilis a diestro y siniestro. Estaba hecho un ripio, una piltrafa humana, que apenas podía mantenerse en pie. Llevaba tres días sin comer, y los ansiolíticos me estaban destrozado el hígado, solo deseaba poder dormir, pero aquellas jodidas voces me lo impedían. Siempre estaban allí, cuando trataba de cerrar los ojos y de conciliar el sueño, aparecían susurrándome una y otra vez que no escaparía, y que sólo ellas podrían ayudarme. Repetían una y otra vez que las acompañara, que aliviarían mi sufrimiento.
La reparadora ducha de agua caliente, relajo mis músculos, allí las voces no podían hablarme, estaba a salvo, pero no por mucho tiempo.
Debía salir de casa antes de que fuera tarde. Necesitaba afeitarme. La imagen que devolvía el espejo, apenas me era familiar, y muchos menos grata. Era la imagen de un ser despreciable, que había cometido el mayor error de su vida, y que tarde o temprano debería de pagar por ello. Debía entregarme, sólo así estaría a salvo de ellas.
Día 13. 23.33
Conseguí llegar a la azotea, no sin dificultad, la puta embriaguez no dejaba de moverme las cosas de sitio. Estaba aturdido, mi visibilidad era escasa, sin gafas y en mi estado de semiinconsciencia, no daba para más. Logré, desatrancar la pesada puerta de la azotea, solo recuerdo haber subido una vez allí, durante los ochos años que era inquilino del edificio, y fue para cortejar a Sonia, una de mis secretarias, con la excusa de ver bellas vistas de Barcelona desde tan inmejorable perspectiva. A levantar la vista, reconocí las escalinatas que daban acceso a otra azotea superior. Parecía que ella aún estuviera allí, como si ese olor a víctima sexual estuviera flotando en el aire, que va estar a punto de ser baboseada y penetrada sin pudor, despojada de la ropa de manera brutal, puesta salvajemente a cuatro patas contra la pared, y sin más preliminares que la de mis continuados azotes sobres sus nalgas, mientras las penetraba sin descanso una y otra vez. El alcohol y las vespertinas rayas de cocaína que ingerí durante la cena, hacía de mí un Hyde, incontrolable, un feroz animal, que lo único que deseaba era poseer a su presa una y otra vez, hasta la extenuación.
Estaba convencido de mi cometido, quería poner fin a esas irreconocibles voces que cada noche, perturbaban mis sueños, y eran las protagonistas de mis pesadillas y delirios. Ya no las oiría más. Sabía que era mi única salida, debía arrojarme al vacío sin vacilar y dejar atrás todas esas terribles imágenes que se adueñaban de mi conciencia. No tenía más remedio que precipitarme al vacío con mis miedos, y poder dormir aunque fuera en el paraíso terrenal de los no vivos. Logré llegar a la parte superior de la azotea, gateando, y sorteando los cables de las antenas, mientras todo giraba a mí alrededor. Estaba delirante, las botellas de que vino ingerí, y la poca comida que se hallaba en mi estomago, estaban logrando su propósito. La situación era dantesca, un hombre queriendo pasar a mejor vida, ebrio, sin más defensa que una puta botella de vino, en donde ahogar sus atormentados pensamientos.
Sentado, con las piernas colgando hacia el abismo, en mi cabeza se agolpaban infinidad de imágenes y momentos, en Flash back, que me hacían recordar los acontecimientos más importantes de mis treinta y siete años de vida. Mientras recordaba, la suave brisa de la noche, me recuperaba poco a poco del estado de embriaguez, y las luces de los edificios adyacentes parecían cada vez más cercanas e intensas. Debía darme prisa en mi propósito. Entre los cientos de pensamientos, rescaté instantes llenos de felicidad, tiempos de parabienes, de éxitos, que más que nunca añoraba, ahora que todo iba a terminar. Se instaló en mi cabeza aquellos frescos amaneceres estivales en la Costa Cantábrica, días de pesca y gastronomía junto a Eva, mi primera novia, cuando apenas contábamos con diecisiete primaveras. Éramos amigos desde que nuestros padres veraneaban juntos, y luego ya novios. Aún la recuerdo, su tez blanquecina, ojos como perlas de miel, con su larga melena azabache al viento, y una sonrisa que me tenía cautivo a sus pies, como un grumete que se embarca a la bajura atunera, sin saber donde estará su destino. Eran tiempos de crecer y merecer, eran tiempos de lozanía.
Miré entre mis piernas, hacia el vacío, encontrando un enjambre de coches y luces rojas paradas en un semáforo, esperando el verde, para volver a retomar sus vidas en el matinal punto de partida que iniciaron, al despuntar el día. ¿Estarían tan jodidos como yo?, ¿Oirían también esas protervas voces?.Sus vidas tampoco serían fáciles, pero la que estaba en juego era la mía. La noche se hacía en Barcelona, y… empezaba a llover. Que mejor despedida que mojarme también por fuera, hasta los putos ángeles se mofaban de mí, meándose y celebrando que otro desgraciado, partiría a rendir cuentas a las puertas del infierno. La lluviosa noche, refresco en mí, nostálgicos pensamientos durante mi estancia en Londres. Inmejorables recuerdos de los tres años que permanecí trabajando para Stock&Desings una de las mejores agencias internacionales en diseño e interiorismo, a la que acudí becado por mi trabajo en Barcelona. Acudí a la llamada de las Islas Británicas, con el desparpajo de un joven imberbe de 26 años, soltero, inquieto, revolucionario, y bastante entero, manejando bien el inglés desde la universidad, y con una desenfadada filosofía de vida, la del mañana no existe. Estaba en la mejor lanzadera de mi carrera, y con el las ganas de crear, y crear, y hacerme un nombre en el maravilloso mundo del interiorismo. Lo conseguí, pero el camino no fue fácil. Durante mi estancia trabajé mano a mano con los mejores creativos de la ciudad, y realizamos diseños e imágenes corporativas para numerosas empresas del ámbito de la moda, publicidad, y diseños para prestigiosas productoras de cine independiente. Aquí empezaron mis problemas con el alcohol, las borracheras de los Thurday´s y sus Happy Hour´s en los Pub’s se prologaban hasta la madrugada, y se repetían los viernes, sábados y algunos domingos. Los creativos somos así, necesitamos la “inspiración”, y que mejor manera que estar en un Pub, ebrio, y rodeado de amigas de la noche. Las ideas y proyectos fluían desbocados, a la vez que las libras y mi estatus. Era el puto amo, el Latin’s creative drink, término que acuñó mi compañero de piso Steven. Aquí empezó mi leyenda creativa.
Empezó a diluviar, el tiempo apremiaba, si no quería morir de una patética pulmonía. Cada vez, que miraba hacia el abismo, pensaba que el porqué de encontrarme en esta maldita tesitura, la desidia, abulia y la perfidia eran a hora mis musas, y todo mi mundo acaba aquí, en este instante, arrojándome al vacío. Las voces se entremezclaban con la fuerte lluvia, pero tenuemente podía oírlas, se jactaban de mí, me repetían una y otra vez que era un ser despreciable para la raza humana, y que no tendría cojones a poner fin a todo el daño que había dispensado aquella noche. Sabía que no era el mejor hombre por ello, pero fue un gravísimo error, lo sé, estuve en el peor lugar y a la hora equivocada, en deplorables condiciones. Era culpable, y solo deseaba un juicio justo, en el otro mundo, porque en este sabía que eso no sería posible. El cielo en capotado empezó a desatar su ira con relámpagos y truenos, no sentía la fuerza necesaria para arrojarme, y pensé que debía posponer mi intento para más tarde, después de servirme un Jack Daniel´s con dos rocas de hielo, y quien dice una copa, dice dos, harían de mí un ser mas atrevido y con más arrestos para lograr mi cometido. Bajé con dificultad y con algún que otro golpe de la azotea, mi estado general era no apto para el suicido, y deseaba llegar cuanto antes al enfermizo cubículo, en el que ya llevaba encerrado, sin salir ni un instante, casi catorce días. Contemplaba whisky en mano la desapacible y tormentosa noche gris, sin rastro de luna, con mi alma en concordancia y con las voces intentado volver a instalarse y ponerse cómodas en mi cabeza. No las dejaba, pero entraban. Siempre me repetían que no escaparía de ellas, que sólo ellas podían ayudarme. ¿Ayudarme a morir, tal vez? No… esta noche no, gracias.
Día 12. 04:22
El sueño era mi fin, pero no lo conseguía. Las alucinaciones y los delirios eran cada vez más frecuentes, y a los que a duras penas podía rescatar de mi subconsciente los anotaba en mi libreta, que depositaba a mano en mi mesilla de noche. Era la única manera de poder ir componiendo y completando mi enigma de todo lo que aconteció aquella noche. Necesitaba recordar, saber exactamente lo que había ocurrido, para saber a ciencia cierta a lo que me enfrentaba. Entre mis anotaciones parecía recordar algo entorno a una fiesta de Halloween, pero no sabía exactamente ni dónde ni con quién, los disfraces, máscaras bailaban una y otra vez en mi cabeza queriendo decirme algo, pero… ¿El qué? No, lo sabía descifrar. ¿Por qué me hallaba yo en esa fiesta?, ¿Quién era el anfitrión?, ¿De qué fui disfrazado?, ¿Dónde dejé mi disfraz?, ¿Por qué llegué a casa sin él? Tenía excesivas lagunas, e imágenes difusas, incoherentes, no sabía a que carta quedarme. Entre las imágenes que anoté, rescaté una ráfaga de luces que se dirigían hacia mí, mientras conducía dirección a la ciudad. Entre los recuerdos vagos que anoté, parecía que provenía de las afueras de Barcelona, de una fiesta. ¿De un cumpleaños?, ¿De un aniversario?, o de simplemente de una fiesta privada. La respuesta era siempre la misma. NO LO SE. Todas las imágenes y recuerdos que anotaba, eran como tener un puzzle de mil piezas a manos de un niño de cinco años, o bastante peor, un jeroglífico egipcio para alguien tan profano en la cultura egipcia, como lo era yo. Quería mantener la calma, pero no podía. La desesperación y crispación en la que estaba sumido, sólo era mitigada cuando el Jack Daniel’s hacia de las suyas corriendo por la autovía de mis venas, cambiando impresiones con mis rojos hematíes, y dejando hipoxiado mi cerebro. Estar ebrio no era la solución, pero era la única que hasta el momento conocía.
Los sobresaltos, y consternaciones se repetían varias veces durante la noche, lo que me derivó a la barra libre de ansiolíticos, y notables alteraciones en el sueño. Algunas noches me quedaba dormido en el sillón de la salita, inconsciente, babeando, y con algún noticiero local entre las manos, en los que realizaba algún pasatiempo. Desde que pernoctaba en el sillón, mis sueños eran menos profundos, con menos imágenes, lo que era un alivio somero para mi lucidez, que iba perdiendo enteros. Pero surgió un problema, mi problema. Sin más imágenes, ni sueños más profundos, no lograría atar los cabos sueltos de mí infausto enigma. Si no me sumergía o buceaba en las profundidades de mi raciocinio, no encontraría las repuestas que harían que aún pudiera tener una salida. La clave de mi desgracia se hallaba en mis sueños, en aquellas inconexas y terribles imágenes, en aquellas insolentes voces que se instalaban en mi cabeza queriéndome decir algo relacionado con aquella noche, pero era incapaz de saber… ¿El qué?. Empezaba a pensar que lo mejor era pedir ayuda, entregarme y poner fin a toda esta sucesión de pesadillas, pero por donde empezaría, si apenas contaba con algunos vagos recuerdos. Era una mala salida. Sería acusado y juzgado sin piedad, sin benevolencia por el gran jurado, y condenado a nueva casa, que estaría repleta de barrotes descoloridos, carente de cortinas, en la calle Desprovisto de Libertad sin número, orientada a un gran patio interior donde los grafitos y escritos literario penitenciarios podrían dañar mi sensibilidad como gran amante de la lectura. Debía seguir navegando por los correosos y turbios mares de mi conciencia, con la esperanza de poder atisbar a lo lejos algún pensamiento válido, para poder aproximarme a la tierra firme de la coherencia y la cordura.
Día 11. 13.23
La mañana era deliciosamente soleada, la gente agarrada de la mano, paseaba en la jornada dominical por las Ramblas, donde las terrazas de algunos restaurantes ya contaban con clientela para tomar el aperitivo, mientras yo, desde la ventana de mi cocina, desayunaba un Jack Daniel´s cortito de whisky, y sin magdalenas. El gentío se acomodaba placidamente en los tendidos de sol, a la espera de poder degustar entrantes, raciones o canapés, regados con algún buen vino joven de la casa, o de algún refrigerio en el caso de los pequeños infantes, que jugaban correteando por las sillas que se hallaban sin ocupar, sin más preocupaciones que no dejarse pillar, y no ligarla en el juego. Tan extraordinario día invitaba a echarse a la calle. Y pensé… ¿Por qué no bajar a dar un paseo, y dejar a solas a mis pequeñas voces por unas horas?. Era una magnífica idea.
Tomé una reparadora ducha de agua caliente, casi hirviendo, mis músculos aún doloridos recibían el calor del agua como una tranquilizadora anestesia. Tenía el cuerpo con signos de violencia, pero desconocía su misteriosa procedencia. Eso me preocupaba. La duda de saber que había hecho y dónde había estado provocaban en mí, una angustia superlativa, un mayúsculo cuadro de ansiedad, que aplacaba a golpe de lingotazos de Whisky, hasta peder la lucidez y las horas. No podía creer que no pudiera recordar nada de aquella noche. Al salir empapado de la ducha, me situé frente al espejo. Mi aspecto era deplorable, irrisorio, propio de un adolescente irresponsable, cuyas únicas aspiraciones eran la emborracharse hasta perder el conocimiento, y ser el líder beodo de una dudosa tribu urbana, cuya bandera era la de portar, no tengo oficio, ni beneficio. Mi problema, es que ya no era un adolescente, y mucho menos me identificaba de ninguna manera con la palabra irresponsabilidad, todo lo contrario, siempre abogué por ser el primero en cumplir con mis obligaciones para con la empresa, aunque en algunos momentos mi creatividad estuviera en lucha con algunas estúpidas reglas. Si era creativo lo era, y no me podían tocar los huevos, con horarios, sandeces y monótonas reuniones matinales a las nueve de la mañana. Joder, ¿Cómo se puede tener creatividad a esa hora? Con dificultad, me fui subyugando al sistema, si no quería perder mi empelo, y mandar al garete mi carrera.
Vestido, y aseado el espejo proyectaba un espectro que daba miedo. Después de estar afeitado, y aseado mi cara delataba que había tenido problemas. Era la hora de ser valiente, y dejar las voces y los miedos a solas por unas horas. Sé que me echarían de menos, y que pronto volvería a verlas. Bajé, a la calle, escaleras a bajo, con un elegante traje azul, y una corbata estampada a juego. Gabardina, en mano, crucé el rellano de la escalera, y puse por primera vez en una quincena, los pies fuera de mi ebria guarida. Un inmenso resplandor me deslumbro, como si de un vampiro se tratara trate de recuperarme del fogonazo, pero no llevaba gafas del sol. La claridad evidenciaba aún más mi palidez, las marcas, cortes y cicatrices. Decidí bajar calle a bajo, derecho hacia a la muchedumbre de las terrazas, sus ininteligibles voces, estridentes risas, se instalaron en estéreo en mi cabeza, que parecía querer estallar, y acabar de una vez por todas con tanto sufrimiento. En escasos minutos, parecía ser observado y juzgado por los allí presentes, que no dudaban en reírse y mofarse de mí, copa en mano. Desconcertado y aturdido, eché a correr hacia el portal, hacia mi guarida, en busca de las voces que había abandonado sin su permiso.
DIA 10. 02.34.
La pesadilla me despertó, fue aterrador… empapado en sudor pude volver justo a tiempo de ser mutilado por una especie de secta con máscaras, era un sacrificio, mi sacrifico. Serán hijos de puta, se podían cortar ellos los huevos, pensé sentado en la cama, salivando y jadeando como un Bull dog. Esta vez la noche había sido algo más fructífera y pude pescar con más éxito en el banco de mis pensamientos. Anote 7 palabras: Mansión, cena, invitados disfrazados, baile de disfraces, orgía, drogas.
Intenté reproducir con coherencia las anotaciones que de noche transcribía en mi libreta, para poder enlazar y encontrar algún indicio, que pudiera esclarecer donde demonios había estado la noche del día 1 de Noviembre, rescribiendo y entremezclando palabras, en busca del hilo que desenredase la confusa madeja mental que soportaba entre mis manos. Entre las primeras y escasas conclusiones que saqué, es que sin dudarlo, debí asistir, probablemente a una fiesta de disfraces, no había que ser un lince para deducir que era la noche de Halloween, y que la misteriosa casa a la que acudí estaría llena, pálidas momias, sangrientos vampiros, estremecedoras brujas y hechiceras, implacables asesinos, que de ambulaban por la casa repartiendo sustos a diestro y siniestro. Recordé que la casa era de grandes dimensiones, donde destacaba un gran jardín, el olor a humedad y flores me refresco una ínfima reminiscencia, y que en la parte posterior de la casa, se hallaba una preciosa piscina iluminada. Traté de esbozar un mapa de hechos, personas y motivos, por los que pudiera ser invitado a aquella conmemorativa y singular fiesta de todos los Santos.
En mi interior, algo no encajaba. No era solo era una simple y festiva fiesta de disfraces, algunas palabras denotaban que en aquella fiesta, había algo más. Las palabras orgía, y drogas, no las escribí por casualidad, y no dejaba de darle vueltas para encontrar su significado. Deducí, que debía de ser un acontecimiento privado, descartando en primera instancia que fuera una cena de empresa, ya que lo habitual era reunirnos en el acogedor restaurante italiano que estaba al lado del estudio. Debí ser invitado por alguien conocido, pero…¿Quién me invitaría?, ¿De qué iría disfrazado?, ¿Fui solo o por el contrario me acompañó una persona de mi círculo de amigos?. Sin éxito, trataba de dar respuesta a tanta interrogante, pero no era capaz de recordar nada respecto a estás premisas tan básicas. Fugazmente, me vino a la memoria una imagen de gente disfrazada, intercambiándose la pareja de baile, mientas sonaba la música, y repentinamente, desaparecer hacia una dependencia cercana, cuando esta cesaba. Los personajes iban entrando en grupos de tres, o de cuatro y ya no volvían. Cuando volvió a sonar la música, debí bailar, con algún misterioso invitado, y al cesar la música, se repetía la escena. Los improvisados bailarines éramos invitados pasar a una sala contigua, pero sin conocer el propósito. Las copas y una opípara comida surgían efecto.¿Me habrían drogado para no recordar nada?. Otra pequeña reminiscencia o recuerdo, apostó en mi cabeza una imagen de un cuarto a oscuras, donde al entrar se podían apreciar, imponentes y estremecedores jadeos, gritos de placer entre las sombras y penumbras, y un embriagador olor a fornicación colectiva de personajes ocultados entre sus estremecedoras carteras. Seguí avanzando, acompañado de mi pareja de baile, hasta que una voz nos requirió una contraseña. Pasamos.
DIA 9. 13:03
Continuará….
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