¿Quién lo cuenta? Narrador y voz
El autor. El narrador. El punto de vista. La tercera persona. El distanciamiento.
Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural. O investigando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú, la mujer rubia, eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Julio Cortázar.
A continuación vamos a abordar un tema central de la narrativa. Os confieso que me costó bastante comprenderlo la primera vez que me lo explicaron. Antes de estudiarlo, pensaba que el narrador de una novela era el escritor, es decir la persona física que escribía materialmente el libro. Cuando por primera vez me dijeron que había que separar al autor del narrador no conseguía entenderlo, no me parecía lógico ni real, sino una creación abstracta y absurda de teoría narrativa. Poco a poco he ido comprendiendo que el narrador y la persona del autor (o escritor) no son exactamente lo mismo y que, además, en la ficción, no conviene que lo sean aunque en los escritores principiantes es muy normal que se confundan.
En realidad, cuando se va a contar algo, lo que sucede es que el escritor le “encarga” a una voz, a un personaje o a varios de la obra que está escribiendo que cuente la historia y él se oculta.
Para G. Genette, las funciones del narrador son las siguientes:
- Cuenta la historia.
- Organiza el texto
- Se dirige al lector (supuesto o real)
- Da una información fiable.
- Explica el desarrollo de la acción.
¿Reconocéis estas funciones en alguna historia que hayáis escrito?
Una de las primeras decisiones que tomaremos al empezar a escribir una historia es la de otorgar a una voz la función de contarla. A nadie le interesa lo que piensa el autor de una novela sino la historia que está contando. Si el autor estuviese permanentemente interrumpiendo la historia con sus opiniones personales o sus experiencias acabaría aburriéndonos.
Veremos más adelante que, curiosamente, esto es así (aunque en menor medida) incluso en el caso de las autobiografías o diarios donde el autor habla de un personaje que es él mismo. Para hacerlo creíble también tendrá que enfocarlo desde una cierta distancia y coherencia para que el texto sea legible por un lector externo a él.
La palabra coherencia juega un papel importante en este tema. Si el narrador fuese el autor la historia que nos cuenta perdería coherencia. Conclusión: para que una historia de ficción salga redonda es necesario que el autor se aleje y que tomen la palabra el narrador o los narradores.
Antes de seguir es preciso añadir que en la poesía no se da esta separación de la que estamos hablando y que hay autores que niegan esta teoría. Por ejemplo Saramago niega la existencia del narrador y dice “En mis novelas siempre hay una voz que está apareciendo para comentar, para describir, para anticipar etc., que es mi voz, la del autor”.
Quien explicó muy bien todo este complejo tema de las voces que cuentan la novela fue Vargas Llosa en su libro: “Cartas a un joven novelista”.
Para él un narrador es un ser hecho de palabras, no una persona de carne y hueso como suelen ser los autores; aquel vive sólo en función de la novela que cuenta y sólo mientras la cuenta (los confines de la ficción son los de su existencia), en tanto que el autor tiene una vida más rica y diversa, que antecede y sigue a la escritura de esa novela, y que, ni siquiera mientras la está escribiendo, absorbe totalmente su vivir.
El narrador es siempre un personaje inventado, un ser de ficción, al igual que los otros, aquellos a los que él “cuenta”, pero más importante que ellos, pues de la manera como actúe -mostrándose u ocultándose, demorándose o precipitándose, siendo explícito, gárrulo o sobrio, juguetón o serio- depende que éstos nos persuadan de su verdad o nos disuadan de ella y nos parezcan títeres o caricaturas.
La conducta del narrador es determinante para la coherencia interna de una historia y el primer problema que afronta un escritor consiste en decidir quién va a contar la historia; las posibilidades son innumerables, pero básicamente, según Vargas Llosa, se reducen a tres:
1) Narrador-personaje, uno de los personajes de la historia la cuenta.
2) Narrador omnisciente (también llamado función-narrador), es decir una voz que lo sabe todo y que cuenta desde fuera una historia que le pasó a otros pero que él conoce hasta los últimos detalles. Un narrador que incluso es capaz de meterse en los pensamientos de los personajes.
3) Narrador ambiguo, sobre el que no es posible, en ocasiones, saber si narra desde el interior o desde el exterior de la historia.
Las figuras del narrador-personaje y narrador omnisciente son las formas más tradicionales de la literatura. Frente a ellos, el narrador ambiguo es producto de la novela moderna.
Para identificar a cada una de las figuras narrativas hay que fijarse en la persona gramatical. El narrador-personaje utiliza la primera persona, el yo o el nosotros. El narrador omnisciente recurre a la tercera persona, él o ellos. Y el narrador ambiguo cuenta de un tú o vosotros. «Aura», de Carlos Fuentes, o «Cinco horas con Mario», de Miguel Delibes, son ejemplos de narrador ambiguo, que habla desde un tú. Puede estar dentro de la historia, y entonces es un personaje, o fuera, adoptando un tono imperativo y tiránico. El tú puede estar fuera, como un desdoblamiento de un personaje que se habla a sí mismo.
El punto de vista espacial es el espacio que ocupa el narrador con relación al espacio narrado y está determinado por la persona gramatical. Esta no es una elección gratuita: según el espacio que ocupe el narrador respecto de lo narrado, variará la distancia y el conocimiento que tiene sobre lo que cuenta.
Lo que caracteriza al narrador ambiguo es que parece estar escondido. Puede adoptar la figura de narrador-personaje, de forma que se habla a sí mismo y al lector, y la de narrador omnisciente.
Al principio de «El Quijote», se habla desde dentro de la historia:
«En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme«.
Pero poco después el narrador se desplaza a la voz de un él, desde un punto de vista omnisciente.
Es importante que estos cambios del punto de vista espacial estén supeditados al poder de persuasión y tengan su justificación. Porque de lo contrario el narrador puede parecer prepotente.
Una muda eficaz del punto de vista espacial ocurre en Moby Dick. La novela comienza: «Llamadme Ismael», pero al final, no cabe más remedio que adoptar la tercera persona gramatical, omnisciente, ya que el narrador-personaje muere en el combate contra la ballena. Con un epílogo, en el que destaca una voz desde fuera, se termina la historia.
En «Madame Bovary» una primera persona, no se sabe si un escolar o la clase entera, comienza el relato:
«Estábamos en la sala de estudio, cuando en ella penetró el director y tras él un novato vestido a lo provinciano… » Pasadas unas cuantas páginas, Flaubert decide que el narrador se coloque fuera. Este escritor pensaba que el narrador debía ser invisible para que el poder de persuasión infundiera una ilusión de autosuficiencia a la ficción. Esta neutralidad e impasibilidad, la técnica de que el narrador no opine, ha sido seguida en general por los novelistas modernos.
También las mudas del narrador son muy frecuentes en las novelas.
En «Mientras agonizo» de Faulkner, se suceden de manera itinerante los puntos de vista, aunque siempre en primera persona. Las que cuentan son las conciencias de cada uno de los miembros de la familia Bundren que van a enterrar a su madre.
En cambio, el narrador de Los Miserables, de Víctor Hugo, es omnisciente, se muestra para hablar desde su inmensa egolatría. No obstante, la historia no pierde credibilidad, porque parece que el narrador se cuenta a sí mismo.
Como conclusión diremos que para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su representante o plenipotenciario en la ficción, que es él mismo una ficción.
Los cambios de punto de vista pueden enriquecer una historia, adensarla, sutilizarla, volverla misteriosa, ambigua, dándole una proyección múltiple, poliédrica o pueden también sofocarla y desintegrarla si en vez de rotar en ella las vivencias –la ilusión de vida- esos alardes técnicos, tecnicismos, resultan en incongruencias o en gratuitas y artificiales complicaciones o confusiones que destruyen su credibilidad y hacen patente al lector su naturaleza de mero artificio.
El distanciamiento
“El signo de un gran cuento me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón de una pipa de yeso”
Julio Cortázar, El cuento breve y sus alrededores
La palabra “autor” proviene del latín, auctor, del verbo augere, aumentar, acrecentar. Él es sin duda quien organiza la historia, la imagina, la escribe, pero no conviene que aparezca en el texto. Su voz, como decíamos más arriba, nos molesta. Al lector contemporáneo le gusta que confíen en él, que lo dejen leer y opinar sobre el texto sin intermediaciones, que no le muestren que aquello no es un mundo de ficción sino algo creado por un autor que asoma cada tanto la nariz en el texto, frustrando así la ilusión que había logrado crear.
Así pues, el autor de ficciones desaparece tras sus personajes, y no queda de él una clara constancia. Una obra anónima existe por sí misma, sin que nos sea imprescindible conocer a su autor.
En realidad, cuando escribimos nuestras propias experiencias, el texto suele terminar asfixiándonos. Una y otra vez decimos lo mismo, nos repetimos ante un lector demasiado generoso que somos nosotros mismos. Para que un texto narrativo cobre vida es necesario alejarlo. Es mejor dejar a los personajes que se expliquen mediante un proceso literario que consiste en “expulsar” de nuestro interior la historia que queremos contar, alejarla de nuestra experiencia todo lo que nos sea posible. Podemos decir que dejar al autor fuera del texto es siempre una buena idea, ya que su existencia suele molestar al lector: como un director de cine que aparece en medio de una película para explicarnos su sentido, o un músico que interrumpe el concierto para presentarse ante el público.
Para conseguir este ocultamiento del autor hay una serie de recursos que se emplean habitualmente en las historias de ficción. Uno es la creación de un “fautor”es decir la creación dentro de la propia historia de un autor de ficción.
Hay varias modalidades. Una es cuando aparece un autor que transcribe unos papeles encontrados como hizo Henry James en “Otra vuelta de tuerca”relato que os recomiendo vivamente:
“Que me sea permitido decir claramente, a fin de no tener que volver sobre ello, que este relato –transcrito por mí con toda exactitud mucho tiempo después- es el que ustedes leerán en seguida. El pobre Douglas, antes de morir, y ya en sus últimos momentos, me entregó el manuscrito que había pedido a Londres, que llegó a sus manos tres días después y que inmediatamente comenzó a leer en la noche del cuarto día ante ese pequeño y silencioso círculo de personas en las cuales produjo un efecto prodigioso”
En realidad, quien escribe no es Henry James, sino un personaje con la figura del autor, al que llamaremos, como decíamos antes, “fautor”.
En otros casos el autor es un editor, que nos dice, en general al comienzo de la novela, que ha encontrado unos papeles que ahora copia, traduce, o simplemente lee.
Como diría Borges, se trata de un “autor embaucador”. Al decir “no he escrito, he transcrito”, el autor busca eliminarse a sí mismo y convierte sus textos en documentos o casos de la vida real, quitando así toda sospecha sobre la veracidad de los mismos.
En la misma situación puede enmarcarse esos textos que comienzan con frases del estilo “Un militar amigo me contó un día…”, tan propio de muchos cuentos fantásticos de Maupassant:
“Era un viejo remero, pero un remero empedernido, siempre cerca del agua, siempre en el agua (…) Una tarde que paseábamos a orillas del Sena, le pedí que me contara algunas anécdotas de su vida náutica. De inmediato mi buen hombre se animó, se transfiguró, se volvió elocuente, casi poeta. Albergaba en el pecho una gran pasión, una pasión devoradora, irresistible: el río.”
Se trata en definitiva, como se ha dicho, de un juego donde el lector sabe que la historia es inventada pero el autor con esta técnica intenta darle una entrada verosímil.
El narrador es imprescindible. Sin él, no hay historia, y su principal cometido es contárnosla. Por lo tanto, el narrador es una fuente de información, un “lugar” imprescindible a partir del cual se estructura el relato. Nunca insistiremos lo suficiente en que autor debe “borrarse” tras sus personajes ya que pocas cosas son tan molestas como su voz.
Así recomienda Horacio Quiroga a los escritores:
Toma a los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver.[1]
¿Quién es, pues, el narrador?
Uno se puede aproximar a este tema, como ya hemos ido viendo, desde diferentes perspectivas pero, de momento, sírvannos estas respuestas, más o menos sencillas:
El narrador puede ser un personaje o estar repartido entre varios. El narrador puede ser un grupo de personas. Pero también puede no identificarse con ninguno de los personajes de la novela ni con el autor. Puede ser una voz que es como una cámara de cine que sigue a los personajes sin mostrarse ante el lector:
Sucedió en aquel verano verde y revuelto en que Frankie cumplió los doce años. Aquel verano hacía mucho tiempo que Frankie no era miembro de nada: no pertenecía a ningún club ni pertenecía a nada en el mundo. Frankie, por entonces, era una persona suelta que vagabundeaba por los portales, atemorizada. En junio, los árboles eran de un verde brillante y deslumbraban, pero más tarde las hojas se oscurecieron y el pueblo pareció ennegrecer y encogerse bajo la luz cegadora del sol. Las aceras del pueblo…
Carson McCullers. Frankie y la boda
En este texto no tenemos la sensación de que nadie nos cuenta la historia: sin duda no es la misma Frankie, ni ningún otro personaje de la novela. Es lo que se llama narrador omnisciente o función narrador.
Aunque parezca difícil de explicar, es en esta modalidad en la que están escritas la mayoría de las novelas que solemos leer.
También puede darse que a lo largo del texto, la voz del narrador vaya variando: a veces el que narra es un personaje, a veces otro, a veces no es nadie en particular (esto se llama “función narrador”) La variación es ideal cuando queremos dar perspectivas múltiples, pero exige un armado complejo y muy cuidadoso y, por lo tanto, no conviene utilizarla hasta que no se tenga un manejo claro de esta técnica.
También es útil preguntarse qué relación tiene el narrador con los hechos que quiero contar. Todo parecería inducir a pensar que el narrador es la estrella del discurso, el protagonista. Pero, aunque a veces sí lo es, otras no. A veces ese “Yo” narrador permanece en la sombra, y resalta a otros personajes, a los que observa como si estuvieran en alto, colocándolos casi sobre un pedestal. El ejemplo clásico de esta técnica es el Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald en esta novela el que cuenta la historia es un narrador testigo amigo de Gatsby. Volveremos sobre ello.
Es importante pensar quién será el narrador de nuestra historia
Si va a hacerlo un narrador-personaje, que es a la vez protagonista de la historia es importante circunscribirnos a lo que ese personaje ve. Estaremos limitados en nuestro ángulo de visión si sólo un personaje narra. Si nos planteamos un narrador en tercera u omnisciente (función narrador), nos moveremos a lo largo del texto con mucha más amplitud de miras.
Quien cuenta la historia determina cuál es la verdad y cuál la mentira; la visión de los vencedores y los vencidos nunca es la misma, ni la de los padres y los hijos, o la de cada uno de los miembros de una pareja que se separa.
Al elegir una perspectiva podremos contar algunas cosas, pero otras no. Y, al optar, estamos poniendo la primera viga maestra que sostendrá nuestro relato.
El Yo narrador
Con la edad se corre el riesgo de la hipertrofia de la próstata y del ego.
Antonio Tabucchi
Cuando intentamos crear una ficción a partir de nuestros recuerdos manipulados es muy útil la tercera persona. Como dice Silvia Kohan podemos inventarnos un personaje que “se haga cargo” de nuestra experiencia vivida. Es como obligar a alguien a que se meta en nuestra piel. Hacerlo nos permite desdramatizar o ampliar ciertos hechos. Para que el texto valga literariamente hay que manipular la experiencia como que más convenga para la construcción de nuestra historia.
Si contamos historias vividas en primera persona querremos ser exactos pero para escribir ficción, para que la imaginación vuele, es mejor establecer un cierto distanciamiento. Es más conveniente utilizar un narrador que cuente que no seamos exactamente nosotros mismos tal como hemos visto en las páginas anteriores.
Para ello es útil, como dice esta autora:
-Expandir el yo. Narrar una historia protagonizada por mí y ser capaz de contarla desde distintos yoes que también me pertenecen.
-Emplear el distanciamiento. Por ejemplo: Ser capaces de contar un hecho pasado como si sucediese en el presente o viceversa. Observarnos desde fuera como si miráramos una película e investigar sus consecuencias.
-Probar distintos narradores. Relatar un mismo argumento por un narrador en primera persona y otro en tercera con matices diferentes porque son distintas personas las que lo cuentan.
La pregunta sería: ¿Es el yo un buen punto de partida para contar una historia de ficción?.
Así como en el mundo de la moral nos han inculcado que el egoísmo es un defecto, en literatura nadie que quiera escribir debe olvidarse de cultivar su yo. En la cocina del escritor el yo es un ingrediente básico, el kilómetro cero de la creatividad.
Hay que escribir desde uno mismo sin complejos, desafiando al mundo con nuestra escritura pero a la vez intentando que el lector se implique en ese yo de la obra. El gran placer consiste en hacer lo ficticio creíble. Para escribir literatura es necesario escribir no desde tu intimidad o tu yo verdadero sino desde tu yo literario. Escribir en primera persona es poner en marcha la máquina de inventar.
No hay autobiografía sincera, la primera persona que es aparentemente la más sincera suele mentir pero la verdad moral no es relevante en literatura sino lo verosímil. El narrador es tu voz, no tú mismo, el narrador es tu idea no tu motivación. Si consigues utilizar ese almacén de información donde se acumulan tus experiencias vividas, deseadas o inventadas, tu capacidad de generar interés, secreto y sorpresa y sabes mezclar todo eso con una buena técnica podrás escribir una historia creíble y que conecte con el lector.
Quiroga, Horacio. Decálogo del perfecto cuentista, en Del cuento breve y sus alrededores. Caracas, Monte Ávila editores latinoamericana, 1993.