
La miel es más dulce que la sangre. Capítulo 3
- Escrito por JT Espínola
- On 14 diciembre, 2016
CAPÍTULO TERCERO
La claridad matinal nos iba desperezando. Eran las once horas del domingo, y las ganas de desayunar eran más fuertes que la voluntad de abandonar la cama. La velada se alargo hasta la madrugada, en donde las confidencias, reflexiones y proyectos, nos hicieron rememorar momentos y anécdotas divertidas que amenizaron especialmente la noche. También hubo tiempo para sincerarse, preguntar por la familia, amigos comunes, y no todo parecían buenas noticias. Al menos Carlos rehusaba de hablar sobre sus cosas, le notaba algo distante, notaba que algo le pasaba, pero no me atrevía a preguntarle. No me creía con el derecho de hacerlo.
Preparé un “petite dejeuner” compuesto de un exquisito café molido de Costa Rica, que me traje en uno de mis exóticos viajes veraniegos, y unas tostadas generosas con mantequilla y mermelada de melocotón. Había motivos para recobrar fuerzas, nuestras caras irradiaban la lasitud de haber bebido unas cuantas copas de más la noche anterior. El sonido de la cafetera, y el borboteo del café hirviendo me devolvieron a la realidad, mientras mi invitado remoloneaba en la cama, dormitando ese ratito más, que sabe a gloria, dejando que las obligaciones esperen a vestirse de lunes. Agotado el fin de semana, cada uno retomaría su vida, pero con el propósito de un nuevo reencuentro, si es que los dos así lo deseábamos. Siempre apostaba a pares.
El día otoñal invitaba a pasear, Carlos propuso ir a pasear por el Parque del Retiro, y yo ir después comer en un restaurante asturiano cercano a mi domicilio. Su pasión por la comida era mayor si cabe que las amatorias, siendo otro de los terrenos que el dominaba a la perfección, como si se tratase de un torero de raza llevando al toro a los medios, y con pies muy juntos, recibirlo con una tanda de bellos naturales. Me pareció una idea maravillosa, y sin parar de besarle, le pedí que me diera unos minutos para vestirme, para irnos a disfrutar la espléndida mañana. El otoño con un día soleado, era mi estación preferida desde que llegue a la capital con tan solo veintitrés años, después de licenciarme en periodismo por la universidad de Granada, y abrirme paso en la ciudad de las ciudades, en busca de mi primera oportunidad laboral.
Pasear de nuevo por el estanque deteniéndonos a echar de comer a los patos despertó en mí incesantes recuerdos de mi vida con Diego. No puede evitar emocionarme y romper a llorar. Carlos me abrazó y protegió con sus brazos, mientras no podía dejar de llorar desconsoladamente. El dolor estaba encadenado en mi alma, y la culpabilidad aún de noche me despertaba violentamente. No pude evitarlo, se que fue un accidente, pero no debí quedarme dormida en la playa. Estábamos de vacaciones en nuestra playa secreta y clandestina, donde nos amábamos al atardecer con pocas miradas indiscretas a la vista. Planificábamos nuestro gran viaje a Grecia por nuestro quinto aniversario desde que nos conocimos en la universidad, y sellar nuestro compromiso para siempre. Todas las noches vuelve el recuerdo del accidente, en donde quiero estar despierta para salvarlo y sacarlo del mar. Me quedé dormida en nuestra bella cala con mi MP3 cargado de música que nosotros mismos elegíamos para nuestros viajes.
Diego era un estupendo nadador, le encantaba el mar, los atardeceres, las puestas de sol en la playa, sintiéndose por un instante el ser más libre que jamás haya conocido. Era un gran soñador, bohemio, pequeño artista entre los artistas, amante de lo justo, de lo honesto, de la amistad y del vive y deja vivir, del me fumo un porro, pero te respeto, y de los que piensan que los semáforos en rojo, son para todos. Cuando desperté él ya no estaba en su colchoneta de agua. Se divisaba a lo lejos, pero no estaba con él. Estuve buscándole durante días con las autoridades locales costeras, rota de dolor, muerta en vida por no saber conservar lo que el destino me regaló. Ese Unicornio blanco que para siempre sería libre en donde quisiera que estuviera, ¿Por qué amar es siempre tan doloroso?. Por ello, egoístamente, decidí no volver a amar a ningún otro hombre, que no fuera Diego, y alimentar mi alma de sus recuerdos. Siempre la amaría. Jamás volvería a quedarme dormida.
Decidimos terminar nuestro paseo dominical por el Palacio de Cristal, uno de mis lugares preferidos en esta época del año, para admirar los coloridos sauces llorones ubicados en el medio del estanque, siempre escoltados por un ejércitos de palmípedos blanquinegros, en busca de pequeños trozos de pan arrojados por infantes y mayores.
Empezaba a refrescar, nuestros pies algo cansados, y la soledad de nuestros estómagos, necesitaban algo sólido para ser consolados. El restaurante quedaba a escasos cincuenta metros de mi casa, y los dueños eran amigos míos, por lo que no tendríamos problemas para conseguir una mesa. Era lo que tenía ser amiga de uno de los propietarios. Amistad forjada semana a semana, a base de cervezas y chupitos.
Nos dieron una bonita mesa que daba a un patio interior. Carlos eligió un excelente Marqués de Riscal, con el que poder regar el opíparo arroz con bogavante que elegimos en la comanda. Los dos disfrutábamos de la comida tanto como del sexo, y nos desnudábamos emocionalmente en una buena mesa de cubierto y mantel. Durante la sobremesa, Carlos parecía preocupado.
-Carlos, gracias por la invitación… y por todo. Por tu amistad, me alegro mucho de tenerte como amigo. Sabes que eres muy importante para mí.
– A los amigos no se les da las gracias, querida. Solo se les demuestra que siguen siendo importantes, y Eva tú lo eres, aunque nuestras vidas hayan tomado caminos distintos. Ahora sé porque te fuiste sin decir nada en el aeropuerto, y no te culpo… Solo tenías que decirme que no me amabas lo suficiente. Eso es todo. La verdad aunque sea dolorosa, deber ser siempre el camino más corto. Entiendo que tu corazón siga ocupado todavía, y le sigas amando. Mi propósito no era ocupar su lugar, sino crear uno propio e intentar hacerte muy feliz.
-Carlos… No sigas, por favor. Tú eres un hombre bueno, demasiado bueno tal vez, al que la vida seguro que le tiene reservado a alguien mejor que yo, que te amara y cuidara, como te mereces. Yo quise amarte, pero no pude. De verdad que lo siento, pero desde la muerte de Diego, no soy la misma persona.
-Lo entiendo. Pero fue un accidente en el que no pudiste hacer nada. Se ahogó, eso es todo. Tienes que perdonarte de una vez, y seguir adelante con tu vida, eres muy guapa, y con un futuro prometedor en el periódico. Tienes que olvidar ese trágico suceso, ya has pagado por él. Vive cada minuto como si fuera el último. Queda tan poco tiempo.
-Carlos, sabes que eres una persona muy especial para mí, pero… no quiero hacerte daño. No me lo perdonaría otra vez, no. Tiendo a destruir todo lo que amo, y me da miedo. ¿A qué te refieres con tan poco tiempo?, no entiendo que quieres decir.
-Prefiero no hablar de ello. Hoy no. No creo en la sarta de mentiras que dicen los médicos. Ellos no son dioses, para determinar cuál es el bien y el mal, y determinar lo que nos queda de vida. Conmigo eso no funciona. Tengo un pequeño problema de salud, Eva, eso es todo. Lo tengo controlado.
-Me estas asustando. De qué se trata, sabes que haría cualquier cosa que esté en mi mano.
-Solo porque tú me lo pides. Me tienen que operar la semana que viene, por eso viene a Madrid a firmas las escrituras, uno sabe cuando entra en un quirófano, pero no si sale de él… Tienen que extirparme parte del colón, parece ser que tengo un “inquilino” con malas intenciones, que quiere quedarse a vivir en él sin pagar el alquiler. Pero de eso nada. Creo, que es una operación sencilla, pero no te aseguran nada. Eva, yo no me voy a morir. No ha llegado mi hora, todavía no. Bien… ¿Por qué no hacemos un brindis y nos dejamos de hablar de malos rollos?. Brindo, por nosotros, porque los dos superemos nuestros miedos, y sigamos haciéndole burla, a todo lo que no nos haga felices… ehhhh?.
-Bien… me dejas helada Carlos. Brindo por ello. Pero prométeme solo una cosa.
-Mientras no sea un préstamo, soy todo oídos. Ando un poco justo estos últimos meses.
-No seas bromista. En serio, prométeme que en cuanto te operes, dejaras que me ocupe de tu recuperación. Instálate en mi casa por unos meses, hasta que te restablezcas, te vendrá bien el cambio de aires, y necesitarás una buena enfermera. Aquí estarás bien atendido. Sé que no tengo ningún derecho a pedírtelo, pero necesito saber que estás bien. Hazlo por mí.
-Eva, no sé qué decir. Déjame pensarlo. Sabes que no es fácil convivir conmigo, y menos con un enfermo.
Al arroz con bogavantes se le esperaba, y llegó. El aspecto que presentaba era inmejorable, el de las grandes ocasiones, y esta lo era. Daban ganas de realizar instantáneas sin parar, para inmortalizar tan suculento banquete de retina, y enviarlas a cualesquier guía gastronómica de renombre. Seguíamos con nuestras manos entrelazadas por espacio de unos minutos, y con el propósito de seguir acompañada, le propuse a Carlos que si le apetecería ir al cine, después de la sobremesa, a ver una película muy valorada por la crítica, y que deseaba ver hacía semanas. No quería estar sola, y su compañía me reconfortaba. No quería perder su amistad, ahora que el destino nos había unido otra vez. Me resultaba paradójico querer estar junto al hombre que un día decidí plantar en el aeropuerto de Menorca, y que por una vez me acordara de Diego, sin sentirme culpable. Sin duda, era un gran paso para mí.
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