
La pluma de oro. Capítulo 2
- Escrito por JT Espínola
- On 15 diciembre, 2016
Cinco años antes, Catorce de Diciembre 2015.
Ser un joven millonario imberbe tiene sus desventajas. Una de ellas es acudir asiduamente a actos benéficos, galas, conferencias y cenas de postín, donde lo más auténtico es un billete de dos euros. En esta ocasión no podía mandar exclusivamente el cheque y mis disculpas, era la cena anual de mi fundación, Ingastor Corporation, una multinacional de gas mantenida de generación en generación, que paso de mi abuelo a mi padre y ahora dirijo yo a mis treinta y un años, tras la larga enfermedad que postro a mi padre en una cama. Tiene los mejores médicos del mundo, pero ninguno acierta con el pronóstico, es lo que tiene la medicina, que va relacionada a la fe. Han de darse las dos para una posible curación. Tiene una rara enfermedad coronaria que hace que no pueda realizar ningún tipo de esfuerzo, estrés y situaciones en que su presión arterial comprometiera para siempre su corazón. Solo pasear y vivir una vida apacible en nuestra casita de campo familiar a las afueras de Madrid. El aire puro y la vida rural es lo preescrito por los médicos y especialistas.
Acudir a la cena honorífica de tu fundación es lo que esperamos todo el año para recaudar fondos para nuestras asociaciones benéficas repartidas por muchas ciudades y países. Nuestra red gasolífera es la mayor del país y una de las mejores de Europa. Menos mal que todo lo controla Cintia, mi nueva secretaria. Jubilé a la de mi padre. Política empresa. Nada de antiguos métodos. Nuestra compañía debía mejorar los balances del año anterior, que sin ser negativos, eran insuficientes para poder seguir manteniendo el emporio del Gasóleo en España y a la altura de Europa. Siempre renovarse e invertir en nuevas estrategias y mercados.
Nuestros socios e inversores cada vez buscaban mejorar las condiciones, y eso era una premisa en mí, nunca perder cuota de mercado y posibles aliados. Los negocios podían volver a ser difíciles y los autos eléctricos por gas eran ahora nuestra principal inyección económica con una partida de doscientos millones de euros para la fabricación de nuevos y ecológicos prototipos. Mis avances y estudios en automoción empezaban a dar sus frutos. Corrían buenos tiempos.
Me crié en Suiza, en Zurich en los mejores colegios privados bajo la tutela de mi tío Edgar, que era un alto cargo en la central nuclear. Allí pasaba largas temporadas, menos en las vacaciones escolares que volvía a España y disfrutaba del sol tan añorado en los largos y fríos meses de mi nevado destino. No era como en España. Poco ambiente nocturno, demasiadas clases, y un control militar por parte de mi tío y su mujer Aurora. La única que era mi cómplice de escapadas nocturnas era mi prima Rebeca. Siempre tan dulce y divertida. Creo que aún recuerdos sus prófugos besos.
El apartamento donde nos reuníamos quedaba en el último piso de una impronunciable calle a unos ochocientos metros de la casa familiar de mi tío. Una salita, un pequeño comedor, una alcoba pequeña y un baño. La salita era demasiado pequeña, de modo que moverse significaba tener que tropezar con todo mientras nos besábamos. La primera preocupación era no romper nada (tendríamos que pagarlo y mi tío podría enterarse) y la segunda correr las cortinas. A Rebeca la encantaba emborracharse después de cada encuentro. No me he emborrachado más que dos veces en la vida, y la segunda fue aquella tarde.
La fiesta anual se celebraría en nuestra nueva casa del Escorial, en una propiedad que adquirimos el verano pasado, y mi residencia actual. Decidí trasladar aquí el centro de operaciones de Ingastor. Mi padre le encanta esta casa, pero demasiado grande para él, un viejo solitario en busca paz, oraciones y días de pesca. La casa de Guadarrama era mucho mas acogedora para poder no resentirse de su enfermedad y poder seguir soñando que pesca el Barbo mas grande y bonito que haya pescado nunca.
Cintia, mi secretaria tenía todo dispuesto para la cena de esta noche, mas de cuatrocientos comensales, de todas las esferas nacionales e internacionales. Espero poder cerrar esta misma noche un gran acuerdo con una multinacional francesa, para poder vender nuestros nuevos prototipos impulsados por gas.
Era el momento perfecto para dar a conocer nuestro acuerdo de colaboración con la multinacional francesa Deroux, para la fabricación de cincuenta mil nuevos híbridos impulsados por gas en un ochenta por ciento y una batería eléctrica dotada de mayor potencia. Todo estaba preparado para cerrar un gran acuerdo con lo que podría retirarme y vivir a cuerpo de rey. No quería verme como mi padre, y pasarme la vida de una fabrica a otra, y mantener el tipo apoyado en un bastón. Tenía planes de futuro más soleados.
La cena de gala transcurría con normalidad, muchas presentaciones, apretones de manos con sonrisas de cortesía, y un breve discurso que me tocaba pronunciar como cada año para dar las gracias a todos y cada uno de nuestros benefactores por acudir y no menos importante, colaborar como cada año en nuestra gala benéfica para la construcción de un nuevo hospital a las afueras de Madrid, cuya construcción empezaría a construirse en primavera del año recién estrenado con todos nuestros grandes inversores haciendo gala de su generosidad aunque fuera una vez al año. Ricachones egoístas que solo aportaban por competir entre ellos, y ver lo ricos que eran.
Después de mi breve oratoria, empezaba el baile de gala, y mi fiesta privada de póker, alcohol, puros y desenfreno. Nadie debía salir sobrio, aburrido y con dinero de mi fiesta. Mis timbas de juego clandestinas eran conocidas a lo largo del país, pero algunos de nuestros clientes merecían salir desplumados y con el rabo entre las piernas, mientras me fumaba un gran puro a su salud. Algún día me cambiaría la suerte. ¿Pero existiría ese maldito día?
Mientras acompañaba a mis invitados al salón privado, me quedé paralizado a ver de nuevo esa cara angelical, ceñida en un vestido negro de noche espectacular, con espalda al aire. Sus ojos eran la invitación para entrar en cualquier fiesta y evento de gala.
Ver Margott me produjo una alegría contenida, no sabía como reaccionaría después de nuestro último encuentro en París. Fuimos novios durante cuatro años, pero un hombre de negocios no solo podía estar pendiente de su prometida, tenía que viajar, innumerables reuniones y sus exigencias de matrimonio, encontraron respuesta en el restaurante Altitud noventa y cinco de la Torre Effeil. No pude evitar que rompiera a llorar y me dejara plantado allí con una botella de Moet Chandon que pedí para acompañar el canard exquisito que nos habían servido. No tuve fuerzas para volver al hotel y disculparme con ella. Mi padre siempre me aconsejó que finanzas y faldas no son compatibles. Que siempre tendría las mujeres que quisiera. Margott me gustaba, pero no podía casarme con ella. No era para mí eso de tener hijos, perros y zapatillas al borde de la cama. Mis planes eran otros menos conservadores. Ya tendría tiempo de tener descendencia con alguna rica heredera de Europa o del otro lado del charco. Ahora tenía que centrarme en mis propios asuntos.
Coincidimos en una tienda de antigüedades de la Rue de Rivoli, donde trabajaba desde hacia varios años después de abandonar la empresa textil de su padre. Nos conocíamos desde la infancia, y nuestros padres querían formalizar nuestro compromiso para aunar posición y riqueza, y no dejar que otros pretendientes pudieran usurpar los negocios familiares. Nada era fruto del azar. Cada acaudalada oveja con su pareja.
Dirigía sus pasos hacia mí, no podía reprimir la mezcla de sudor y vergüenza, y no tenía escapatoria, como el día del restaurante. Ni el mejor Houdini podría hacer el mejor truco de escapismo y hacerme desaparecer.
– Hola Ernesto… o ¿Puedo seguir llamándote Erni como tus reconocidas amistades?
– Puedes llamarme como quieras Margott, somos viejos conocidos. Me alegro verte de nuevo. Los años te han tratado bien, estás bellísima.
– Tu estas igual Ernie, habrás hecho un pacto con el diablo.
– No querida, es genética familiar. ¿Te apetecería salir conmigo a tomar una copa al jardín? Hace una noche fría, pero la luna esta preciosa.
– ¿No tienes que atender a tus invitados, seguro que te están esperando?.
– Pueden empezar sin mí, la noche es joven, como nosotros.
Salimos bien pertrechados al jardín con dos copas de champán, mientras esquivábamos algunos invitados ebrios e impertinentes. El reencuentro con Margott me había devuelto una ilusión perdida hacía años. Creo que sigo enamorado de ella, pero mi situación no ha cambiado desde que nos despedimos en París. Pasar la noche con ella era mi plan de futuro más alejado, e invertir nuestros besos y abrazos hasta que el alba que nos devolviera a nuestros mundos sin ninguna promesa. Esta vez no la daría esperanzas. Yo no las tengo nunca. Soy el rey del Mundo.
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