
Los susurros de los sauces rojos. Capítulo 2
- Escrito por JT Espínola
- On 7 diciembre, 2016
CAPÍTULO 2
Mi suerte empezaba a cambiar, me habían contratado de nuevo en la redacción de La voz de Galicia, sin duda mi trabajo como reportero local no había caído en saco roto, y el director del periódico, había vuelto a confiar en mí, para cubrir los meses de verano, pero esta vez como redactor en el periódico. Mis nervios y e ilusión echaban un pulso a brazo partido a ver quien dominaba mi cuerpo. Ganaban los nervios.
En cuanto pudiera le mandaría a mi novia una foto a través del móvil, con la imágenes y vistas desde mi nueva mesa en la redacción. Estábamos recién llegados de la Ciudad Eterna, nuestro último gran viaje de solteros antes de nuestra inminente boda a finales de Septiembre, en la ciudad que la vio nacer, Santander, rodeados de unos pocos familiares y amigos. Queríamos una boda sencilla, por el juzgado, serían las segundas nupcias de Verónica, tras casarse con Mario un amigo de la universidad con apenas 19 años. Jamás se perdonó aquella imprudencia de matrimonio juvenil sin descendencia. Confundió la amistad con el amor. Deseaba que esta vez no se equivocara y yo fuera el amor de su vida, llevábamos seis años juntos, y nos entendíamos a la perfección. Éramos amigos de la infancia, y nuestros caminos volvieron a cruzarse.
Conocía a la mayoría de los compañeros de redacción, pero no dejaría ser el recién llegado, con lo que estaría ojo avizor, para no ser la diana del popurrí de bromas, novatadas o tomaduras de pelo. Intentaría mantenerme alerta. La primera en la frente. En la pantalla del ordenador estaban pegados varios pos-it de colores con mensajes de bienvenida, por llamarlos de alguna manera, entre los mas jocosos, algunos que rezaban: “Los últimos son los primeros, pero mientras acuérdate de llevarme café capuccino con doble de azúcar a mi mesa, la segunda del pasillo izquierdo todas las mañanas… No quisiera que empezáramos con mal pie novato, Joaquín”, otro no menos ingenioso decía:
“Todas las noticias llevan mi nombre, Manuel Velazquez, sería de mal gusto que te apropiaras de las noticias de tus compañeros, nada mas llegar, querido, Luis, o David, o como te llames..Recuérdalo”. Alguno de los mensajes eran monosílabos de mal gusto, y entre las gratas misivas, que también las había, destacaban dos escritas con letra pequeña y redonda, salidas de manos menos cavernícolas que las que las de sus compañeros, “Bienvenido Dani, será divertido trabajar de nuevo juntos. Espero que estos capullos nos dejen trabajar a gusto, y dejen de tratarnos como a becarios. Suerte y te veo en la reunión de redacción. Fátima”.
Fátima y yo habíamos coincidido en varios trabajos como reporteros, alcachofa en ristre cubriendo sucesos locales en zonas marginales de Vigo, en la zona portuaria, o donde la noticia podía despertar algún interés informativo. Recuerdo uno especialmente de entre tantos, grabados a fuego en mi sustancia gris. Fue un episodio dantesco protagonizado por una docena de ocupas algo nerviosos, que se encerraron en un edificio público ante un imponente cordón policial que al más puro estilo americano de la policía de NY, esperando a que el malhechor se entregara saliendo despacio con las manos en alto. Irrumpieron con gases lacrimógenos lanzados por los artificieros con certera puntería, en los grandes y desdentados ventanales, a la espera que los jóvenes activistas integrantes del grupo “Marea azul”, salieran sin oponer resistencia a los primeros avisos de asaltar edificio. No salieron. Sus propósitos no eran más que reformar y adecuar el inmueble para dar talleres gratuitos de diversas actividades culturales, que iban desde concursos de Rap de todas las categorías, a talleres de literatura de profesores que se hallaban en desempleo que impartían clases a todos los que quisieran alimentar sus almas en tiempos de recortes y privatizaciones, o charlas de compañeros caídos en los tentáculos de las drogas, en fase de reaserción social, y todo tipo de acto reivindicativo antisistema que pusiera en jaque al puto capitalismo. Querían sentirse libres.
Otro suceso que me abordó mientras me instalaba en mi nueva mesa, fue cuando cubrimos la información de una macrooperación a unos narcos gallegos en la lonja de Vigo, con una alijo incautado de treinta kilos de cocaína y doce de heroína, en un cargamento proveniente de Colombia, en unos hidroaviones de pequeñas dimensiones que durante varios años no había sido detectados por las autoridades fronterizas, en sus aterrizajes nocturnos. Entre los detenidos estaban varias mafias del Este, narcos españoles, y algunos dirigentes que sobotaban a policías corruptos, para que no revisaran los almacenes del puerto, en redadas inoportunas para el negocio. La venta de estupefacientes se había duplicado en Galicia en los tres últimos años, debido a la crisis, que tenía mas gente desocupada, pensado ganarse la vida por el camino mas corto, y mas oscuro. A día de hoy, todavía no es posible impedir que pequeños alijos de droga invadan la provincia, generando muertes. Los muertos por narcotráfico y a juste de cuentas entre las mafias seguían siendo sólo noticia en los periódicos locales.
Una mano pesada sobre mi hombro izquierdo, me devolvió rápidamente a la redacción, abortando mi viaje astral. Al girarme con disimulo, pude reconocer a mi jefe, repeinado, en mangas de camisa, con sus tirantes rojos y gafas a juego, embarazado de gemelos como siempre. Su sonrisa parecía velar que estaba de buen humor, pero mejor no arriesgar en el envite, por si acaso.
– Buenos Días Daniel, me alegro que estés por aquí de nuevo. Bienvenido, espero que te sientas como en casa- expresó sonriendo, y sin dejar de mover las cejas en tándem, a la vez que sonreía.
– Buenos días señor Casares, es un placer volver a la redacción del periódico, muchas gracias por confiar en mí,- contesté como si estuviera en un examen de protocolo de las buenas maneras- , Espero poder estar a la altura-
– Eso espero, Daniel…¿Daniel? – pregunto vacilando-
– Daniel Gálvez, señor Casares…
– Ahhh, si si… ya me acuerdo. Los nombres y caras no me concuerdan siempre en el momento que uno las necesita. Me estoy haciendo viejo, señor Gálvez. Mis disculpas.
Después de intercambiar varios peloteos, intentando no estrellar ninguno en la red, el director del periódico, me emplazó en menos de veinte minutos a reunirme con los demás redactores y ayudantes en la sala de reuniones, para analizar pautas, grupos de trabajo y casos a cubrir con celeridad informativa. Aunque estuviésemos a primeros de Julio las noticias y acontecimientos, no descasaban y debíamos estar atentos a cualquier suceso. Eran esos días donde la mar estaba en calma, cuando mas peligros escondía, donde se hace fuerte para poder descargar su ira en el momento mas inesperado, para mostrar su descontento para con los hombres, eran palabras y pensamientos de muchos marineros en tiempos de amarres y familia. La Mar, siempre marcaba sus vidas, esperándola y anhelándola, como una madre anhela a sus hijos.
Encendí el ordenador con el que debería trabajar los próximos cuatro meses, si es que el asfixiante calor no lo derretía antes. La falta de aire acondicionado era ostensible, empezaba a sudar la gota gorda antes de que pudiera realizar esfuerzo alguno. Las frigorías del los aparatos de aire acondicionado necesitaban una revisión urgente antes de que nos tuvieran que recoger a todos con una pala. El calor era infame.
Mientras despejaba la pantalla de las jocosas notas que lo nublaban, haciéndolas pelotillas, intenté emular a mítico Larry Bird encestando en la papelera pegada a la pared, malogrando varios tiros. Deposité todas las pertenencias que tenía en mi mochila, para personalizar mi nuevo puesto de trabajo. Quería que las cosas mas importantes para mí me acompañaran en esta nueva singladura, y estuvieran siempre cerca de mí para guiarme y darme suerte en los próximos meses como nuevo redactor de La voz de Galicia, aún no creía que el director me hubiera contratado a mí para este nuevo puesto a mis 28 años, con un escaso bagaje de tres años como reportero. Seguro que me apretarían bien las tuercas y estaría echando mas horas que un vigilante de seguridad, mi tiempo libre se había acabado. Lo presentía.
Entre las pertenencias, se encontraba mi taza de café personalizada, un imán del mejor club de la historia sea franquista o no, del club que me enamore a los ocho años de edad para ver a la archiconocida “Quinta del Buitre” y alucinar en compañía de mi padre, viendo jugar a jugadores de fantasía y ensueño… Eran tardes de domingo, de misa de doce, de metro, de bocadillo, y de coca cola en vez de té a la hora de los partidos. Mis cuadernos de notas de reportero, varios Pendrive para guardar las información más relevante, y una paquete de fotos, un par de calendarios de pie con paisajes veraniegos, eran todas las pertenencias que había elegido con tanto cariño para decorar mi escritorio. No pude evitar, coger el paquete de fotos revelado, para echar un vistazo a las fotos de nuestro viaje a Roma a finales de Junio.
Siempre viajar en compañía de Verónica, mi futura esposa, era especial, pero este lo fue mucho más, fueron las mejores vacaciones desde, que mi novia salió del hospital desde el fatídico accidente, ahora aunque con algunas secuelas ya podía andar. La vida nos había regalado una segunda oportunidad, y los dos al mirarnos cada día, nos dijimos sin palabras, que la compartiríamos juntos. Sin dudas. Sin fisuras.
La primera foto que escogí , me traslado al casco antiguo de Roma, con sus históricos callejones románticos, bajando desde la vía Giulia hasta la vía Margutta, para desembocar agarrados de la mano en la plaza Navona, donde le pedimos a un turista alemán despistado que nos sacará una bella instantánea. Disfrutamos de un almuerzo al llegar a la plaza, admirando su belleza barroca, con sus maestros, desde Bernini, a Francesco Borromini y Pietro da Cortona. Según nos contaron en el Tour guiado que contratamos para conocer y admirar esta ilustre plaza, cuenta la leyenda que la plaza indicaba la rivalidad que existía entre Bernini y Borromini, el primero representaba a los Dioses de los ríos, mientras Borromini diseñaba la iglesia de Santa Inés a lado opuesto de la plaza. Los estilos contrapuestos dotaban a la plaza de una ambiente romano único, donde la vida nocturna se transformaba de manera única y mágica.
La segunda foto que rescaté del sobre, me llevó a recordar el paseo maravilloso y romántico, que realizamos por la ruta de “los amantes” hasta llegar a su mirador, y poder admirar el casco antiguo de la Ciudad Eterna, y adentrarnos el sin igual paisaje de los Castelleni Romani, donde paseando debatíamos el viaje de novios, los por menores de la boda. Verónica irradiaba felicidad, y su sonrisa me la contagiaba. Éramos muy felices, y Dios lo notaba.
La ultima foto, que ojee antes de guardarlas todas en el primer cajón de mi escritorio, y ponerme a trabajar, era la de nuestra visita a la fuente más bella del mundo, o por lo menos a nosotros no los parecía al estar frente a ella, ante su majestuosidad, y estrechez al llegar a la pequeña plaza. Nos costó encontrarla, y al verla nos impresionó tanta belleza, era un canto al agua, a la vida, al seguir amándonos como el primer día. No nos hizo falta echar ninguna moneda para tener que volver, nuestras manos entrelazadas y apretadas, así lo confirmaban. Volveríamos.
El murmullo de la gente en el periódico local más importante de la provincia, indicaba que en cinco minutos, iba a debutar en mi primera reunión como redactor en la sala grande reuniones ubicada al final del pasillo, enfrente del despacho del director. Intentaría no mostrarme nervioso, pero no apostaría por ello. El ver y escuchar eran mis únicas premisas. Debía aprender y absorber de manera rápida y eficaz, si quería ser contratado alguna vez más, o incluso poderme quedarme con un contrato mas largo en la plantilla. Ahora más que nunca, tenía que echar toda la carne en el asador. Era una gran oportunidad, y no quería desaprovecharla.
Los primeros minutos se esfumaron entre presentaciones y saludos estándares en algunos casos, y más afectuosos en otros. Me sentía como un cordero entre una manada de viejos lobos, deseando hincarle el diente a un joven y tierno mancebo. El director, sin dilaciones nos puso al día del pulso informativo con el que comenzaba el día, escribiendo en la pizarra con grandes trazos, varios de los focos informativos a cubrir en las próximas jornadas. Dos me sobrecogieron especialmente, un caso de intoxicación de una familia de cinco miembros, los dos progenitores y sus tres hijos de dos, cuatro y cinco años, fallecidos por ingesta de pescado en mal estado. Todos los miembros no presentaban ningún historial clínico alérgico que demostrara las causas de su fatídica muerte. Según rumores vecinales, el supermercado anexo a su domicilio, estaba en el punto de mira desde varios meses, por escaso control sanitario de sus instalaciones, y etiquetado de algunos de sus alimentos, que siendo perecederos, volvían a ser etiquetados con una nueva fecha. Todos los hechos aún no estaban esclarecidos, y era necesario estar al pie de la calle, para poder verter una información veraz, que aportara más luz a este dramático suceso. Dos de los viejos lobos de mar, fueron designados por el director para cubrir el suceso.
Intentaba, seguir escribiendo en mi cuaderno de notas azul de bolsillo, anotar algo que pudiera ser de utilidad, una palabra, una frase, para desarrollar una buena crónica. El segundo caso no fue menos sobrecogedor. Violencia doméstica entre dos septuagenarios, donde el aciano mato a su mujer de treinta puñaladas y él se suicido tirándose al vacío desde su balcón. Nunca me dejaba de sorprender el ser humano, y sus miserias. Toda una vida juntos para ponerle un final tan infeliz.
Todos rompimos filas a la hora y media. Mi debut lo desarrollaría en compañía de Fátima, para cubrir un grupo de pescadores que llevaban en huelga de hambre doce días, reclamando mas ayudas por las restricciones en la pesca del atún, que estaban llevando a muchas familias a no poder faenar y llevarse el sustento a sus casas. Muchas generaciones de marineros, abuelos, padres e hijos, ya casi no podían vivir del mar. Sus manos semivacías no sabían que hacer para paliar el hambre de los suyos. Manos que no sabían hacer otra cosa, mas que amar y velar por la mar.
Llevaba una semana en la redacción, Julio, como su más ilustre y venerado emperador nos subyugaba con sus tórridos rayos. Era el verano mas caluroso de los últimos cuarenta años. El aire acondicionado fue arreglado, y nos hacíamos fuertes en el periódico antes de tener que patearnos las calles. Mis primeros días nos fueron del todo malos, las novatadas iban decreciendo, a la vez que mi trabajo con mi compañera Fátima iba creciendo. Sobre todo en volumen. No parábamos de entrevistar a manifestantes descontrolados por los recortes en las fábricas, en las zonas portuarias, a la puerta de las escuelas…
Todas las mañanas al entrar en la redacción, me sentaba en mi escritorio, organizando la agenda del día, y revisando mi correo electrónico antes de volver a salir a las calles a recoger las tristezas y angustias, de una población coqueteando con la hambruna. Empezaban pequeños disturbios cercanos a las fábricas, con apenas dos cientos trabajadores, reclamando de una manera cada vez menos pacifica, el ser readmitidos en sus puestos de trabajo. Los ERE eran el recurso gubernativo para sanear las arcas de los empresarios.
Entre mi correo electrónico, me sobresaltó uno de entre todos los que recibí en mi ordenador esa mañana. Mis somnolientos ojos no daban crédito, a la lectura del texto que acababa de leer, volví a releerlo varias veces, con más pausa y detenimiento. En cada renglón percibía la angustia y el miedo de aquella pobre chica, olía su miedo, parecía estar allí sentado conmigo en mi escritorio, pasándome la taza de café recién sacado de la maquina del periódico. No fui capaz tan siquiera, de quitarme la chaqueta, mientras leía absorto, algo parecido a un grito de socorro de un naufrago, en medio del océano.
La remitente era Ángela Dávila Nor, amiga íntima e inseparable de la pobre y angustiada joven que relataba sus desasosiegos ante la muerte de sus abuelos maternos, y algo mas preocupante, por la suya propia. Sin tiempo para la reacción, decidí que lo mejor era responder el mail de Ángela, y poder entender porque me había mandado esa sorprendente información, e intentar poder quedar con ella, y poder hablar con su amiga, Asunción, y poder estrecharle una mano amiga que disiparan sus miedos. Era demasiado joven para combatirlos sin ayuda. Un frío infame recorrió mi cuerpo.
Minutos después , y sin aún dar crédito al texto, decidí contestar a Ángela su correo, y averiguar que le estaba sucediendo a su amiga.
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