
RELATOS PLUMA DE ORO (I)
- Escrito por JT Espínola
- On 5 noviembre, 2018
En este tercera y nueva temporada de La Pluma de Oro, una de las secciones nuevas para esta temporada es la de RELATOS, dónde desempolvamos, reescribimos y editamos borradores de relatos antiguos y escribimos inéditos y nuevos relatos.
Durante el año 2019 incorporaremos varios relatos cada mes y que compartiré con todos vosotros lectores, con relatos variopintos en estilo, género narrativo, personajes y épocas que espero os gusten. En cada uno de ellos hay algo que creativo y personal, y sobre todo espero superar el complicado, pero maravilloso reto de entretener y porqué no deleitar a muchos de los ávidos paladares, de los lectores de la pluma de Oro. Este nuevo proyecto de escribir relatos semanales y mensuales, tiene como misión en convertirse en mi particular gimnasio literario (no soy de gimnasios propiamente dicho y si más de estar en contacto con la naturaleza y oxigenar mis dubitativo pensamientos), y este es perfecto para mi exhaustivo entrenamiento literario particular para lanzarme de manera definitiva, y bien preparado narrativamente para mi deseo y propósito de dar a luz mis novelas, las cuales llevan varios años esperando este momento de perder lo que les sobra y recuperar esa soñada forma estilizada y belleza literaria correcta para el saludable y maravilloso ejercicio de la lectura.
La lectura es uno de los mejores modelos a los que uno puede abandonarse, engordando de hechos, historias y personajes narrativos. La literatura engorda nuestros pensamientos. Y es única e irrepetible cuando nos engorda el Alma.
Este verano descubrí a través de la lecturas de autores imprescindibles de relatos, el camino a seguir, y así como devorador de prensa Dominical que soy, artículos que me aportaros mas miedos e inseguridades, y alguna claridad al maravilloso pero arduo oficio de intentar ser escritor y no desfallecer en el camino. Como sabes la meta es siempre llegar a Santiago, al final del Camino. Ese es mi propósito, prepararme para recorrerlo con confianza, y con la certeza de llegar al final, disfrutando del viaje y sus dificultades. Sé que notaré el frío literario de las palabras, de los folios en blanco, y que lloverán aguaceros de dudas, pero solo serán agua.
En uno de los artículos que leí en el solsticio de verano y que me animó a esta idea-proyecto de escribir relatos mensuales (“amenazo” si son realmente buenos compilarlos y publicarlos) reflexiones y opiniones de cómo uno se puede convertir en un buen escritor. Me aporto más dudas de la dificultad que voy a tener en el camino.
Un día leí algo sobre un crítico literario en un diario digital algo que me sorprendió sobremanera. En el comentaba con acidez sobre las capacidades de una aprendiz de escritora: nunca serás una buena escritora, pues no eres ni drogadicta, ni estás alcoholizada, ni eres lesbiana y. Y de él mismo reflexionaba: He fumado porros alguna vez, aunque no siento lo que dicen que hay que sentir, o sea, musiquillas celestiales mientras se flota en una especie de arco iris, dicen que real, con el objetivo de convertirme en buen escritor.
En los últimos años he ido aprendiendo que nadie puede contestar por qué escribe. Ni por qué se escribe bien o mal. No me sirve la teoría de la violación a la hermana -pues el incesto no satisfecho es más viejo que la literatura escrita-, ni tampoco que las drogas, el alcoholismo o el homosexualismo sirven para escribir bien. De ser así, los sanatorios y manicomios estarían llenos de genios desaprovechados.
También estos últimos meses pasé grandes temporadas investigando e indagando por las motivaciones de los escritores más o menos cotizados de por qué escribían, y casi todos se repetía una gran variable. La sublime teoría del sufrimiento. En las dificultades, resilencias, hechos traumáticos infantiles, y rupturas sentimentales hacen que canalicemos ese sufrimiento en con nuestra mejor arma. La palabra.
Vargas Llosa, impregnado de un sentido flaubertiano de la vida, cree que los escritores son como cuervos que se alimentan de la carroña de la infelicidad humana. En este sentido, todos los chismosos son cuervos y prefieren mil veces que le pasen desgracias al vecino antes que verle feliz.
Sin embargo, sigo pensando que pocos escritores se atreven a reconocer el placer que comporta escribir. Placer variado, que va de la venganza a la sublimación. Pero no deja de ser un privilegio. En mi caso el privilegio es poder observar, absorber y beber todos los detalles. Vivo por y para el detalle. Todo es cambiante a nuestro alrededor y capturar mentalmente ese detalle hace que pueda expresarlo de manera única. Disfruto de los innumerables momentos llenos de detalles y los doy vida en líneas, párrafos, hojas que se hacen mayores. Mi hijos-libros.
Quizá lo que menos se perdone en este país, donde abundan tanto las catedrales góticas oscurísimas y el sentimiento trágico de la vida mal repartido, es que haya quien afirme que eso de escribir es un placer y un privilegio. No hay por qué contar las horas que los escritores se pasan ante el ordenador de escribir, porque puede ser tan terrible como las horas que un médico pierde intentando descifrar un diagnóstico incomprensible. No todo es sublime en la vida, ni el sufrimiento de los escritores es más estético porque se le eche más dolor.
A veces me pregunto por qué sólo son grandes temas en literatura la muerte o el paso del tiempo, mientras que la felicidad, siempre fugaz y efímera, pero no por ello menos luminosa, sólo queda para los mediocres seriales de la radio. En fin, con el tiempo he aprendido no es necesario sumergiré ni el alcoholismo, ni las drogas, ni la homosexualidad no sentida son acicates imprescindibles para escribir bien. Y quizá no sean más que sucedáneos para los que no logran hacerlo.
La única droga que no mata, el único amor que no te traiciona, el único alcohol que no te estropea el hígado, es la literatura. Lo único que te da la posibilidad de expresar los sentimientos más oscuros, más sórdidos y más sublimes al mismo tiempo. Y, cuando lo haces, te das cuenta de que no tienen tanta importancia. Así lo percibo en este preciso instante de mi proceso literario.
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